Quantcast
Channel: Galpón Chang de jóvenes poetas
Viewing all articles
Browse latest Browse all 341

El universo de mi padre

$
0
0

Por Jacobo Villalobos


1.
Mi madre me entregó mi primer celular al mismo tiempo que me confesaba que mi padre era radioactivo. “Tú papá está de vacaciones y no va a poder venir. Pero no es grave, es solo que en este momento es radioactivo y no puede estar en casa”. “¿Cómo los superhéroes?”, pregunté, y ella me dijo que exactamente como los superhéroes.

Con el celular, él y yo podíamos hablar con libertad. Aún en la distancia, él en algún lado y yo sin poder salir de casa, era como si nunca se hubiese ido. A través de ese pequeño aparato, me deshacía en átomos y luego reaparecía en algún lugar, transportado por su voz. Así que no tardé en descubrir el poder de mi padre: su radiactividad lo hacía capaz de, así sin más, rasgar la realidad y crear mundos que eran imposibles. Con sus palabras, dichas a través del celular, mi padre construía planetas en donde  los árboles crecían desde las nubes, los ríos eran de leche porque las cascadas estaban coronadas por un millar de vacas; bajo el suelo se movían topos con narices de palas, y que, curiosamente, no podían respirar en la superficie. “Hijito, vamos de viaje”, me decía él. “Ve a la cocina y, sin miedo, cruza la puerta”. Entonces, al atravesar el umbral, estaba en otro planeta. “¿Los ves?, ¿ves a los cerdos voladores, a las nubes púrpuras, a las lunas con rostros? Si te fijas bien, pero muy bien, te darás cuenta de que el cielo es, en realidad, una mariposa”. Así mi pequeña casa, gracias a mi padre radioactivo, se convirtió en un espacio infinito: entre esas paredes cabía un universo entero, con todas sus estrellas. “¿Lo ves?”. Y de pronto, ya no me hizo falta salir a ningún lado.


2.
Cuando salía de aquellos viajes interestelares, me encontraba con la imagen de mi madre. Acostada, con la cabeza hundida en aquella almohada, reposaba su mano sobre su rostro para taparse la mirada. Respiraba aceleradamente por la boca y su pecho esquelético subía y bajaba, como el oleaje tecnicolor de los mundos posibles de mi padre. “¿Te divertiste?”, me preguntaba. Y yo le narraba todas mi travesías. “Qué bueno. Tu papá siempre fue un aventurero”. Para ese entonces, no notaba que a ella se le empezaba a caer el cabello y sus palmas resecas destellaban en rojo ardiente. No lo advertía, o, quizá, no le daba importancia. En mi mente solo estaban aquellos lugares lejanos que me arrebataban de la soledad de mi hogar. “Es bueno que viajes con tu papá. Afuera las cosas son peligrosas, hasta el aire nos podría matar, pero con él siempre estarás seguro”. Me besaba en la frente y dormíamos.


3.
“Gira a la izquierda y empieza a subir las escaleras. Ahora, mira cómo los escalones se convierten en roca con musgo dorado y de las barandas empiezan a colgar crisálidas del tamaño de tu cabeza. Adentro, hay pájaros que vuelan en reversa, de manera circular, porque sus alas son hélices”. Una vez más, con el celular apretado contra mi oreja, corría por un espacio infinito y extraordinario. En esa ocasión, el cielo era el mar, y nosotros estábamos en el centro de la tierra, que, envuelta en un anillo de fuego, crecía horizontalmente como un disco. “Respira. ¿Lo notas? Aquí el aire es puro y liviano, y tiene aroma a miel. También crecen las plantas, ¿las reconoces? Esa es un palmera invertida, y aquella es una flor vegetariana, porque devora a otras flores”. En eso estaba, en plena carrera etérea, cuando en el auricular sonó un estruendo. De la garganta de mi padre brotó un quejido cavernario, repetido como golpes en mi tímpano. Entre la tos, lija dentro de mi cabeza, hizo el intento por continuar el viaje. “El fuego… es el sol… pero es anillado…”. La tos de mi papá se volvió un rasguño, más bien un desgarro de metales. Y no pudo seguir hablando. Era la primera vez que de su boca brotaban esos ruidos ensordecedores y no sus palabras cálidas de viajero. Aturdido, miré a mi alrededor y vi cómo el planeta se caía a pedazos: el agua celestial se desplomaba en gruesas cascadas atronadoras, el anillo de fuego se convertía en roca volcánica, y el disco se fracturaba. Con cada ataque de tos, un nueva fisura se abría en la tierra y de ella salía expulsado un vaho gris, pero escarchado, brillante, platinado. Le hablé con desespero, pero no hubo respuesta. A la distancia, escuché el sonido de personas corriendo, de puertas abriéndose. “Anestesia”, dijo una voz al otro lado del teléfono.

Entonces, el universo se hizo una masa negra indistinta.
Cerré mis ojos.
Y cuando los abrí, volví a estar en las escaleras.


4.
Cuando, entre llantos, le dije a mi madre lo que había ocurrido, ella me abrazó contra su pecho y me arrulló, moviéndose adelante y atrás. “Tranquilo, tu papá es un superhéroe y a ellos nunca les ocurre nada”. “Pero lo escuché, mami, estaba sufriendo”. “Seguro peleaba contra algún villano”.

“¿Y los villanos también son radioactivos?”
“Sí, los villanos tienen radiación”.

Esa noche escuché los llantos de mi mamá, ahogados contra la almohada. Pero fue inconfundible: su cuerpo malogrado era un terremoto.


5.
La última vez que viajé con mi padre ocurrió poco después.

Ya para ese entonces, me había acostumbrado a visitar planetas al borde de la extinción, que morían al cabo de unos minutos entre quejidos ahogados y ruidos cavernarios.

Sin embargo, en esa ocasión, el viaje que hicimos fue uno en el tiempo, para el cual no estaba preparado.

“Hijo, ahora párate firme en la sala y mira a tu alrededor”.
“Mira cómo las paredes se pintan de blanco pulido, cómo la grietas en el piso de cerámica se cierran y cómo aparecen cuadros sobre las paredes y figurillas sobre las mesas. Ahí, mira bien, las orquídeas que adornan el ventanal que da hacia el jardín. ¡Oh, y el jardín! La grama está alta porque falta cortarla. No hay tierra seca, es puro verdor”. Sin darme cuenta, mi padre me había llevado a lo que había sido nuestra casa hasta hace tan solo unos años atrás. Antes de que él se volviese radioactivo, de que mi madre llorara por las noches y de que yo no pudiese salir a la calle porque el aire podía matarme. Avancé por esas estancias que había olvidado y descubrí recuerdos de viajes pasados, juguetes de mi infancia, el collar de nuestro perro. “Es lindo, ¿verdad?”, me preguntó mi padre. Y yo seguí caminando, desconcertado. “Ahora, date la vuelta. Cruza la sala y avanza por el pasillo”. Era largo, pero espacioso. A los lados se levantaban fotografías enmarcadas en cuadros de colores vivos, que no combinaban pero que iluminaban las paredes. “Cruza, atraviesa el umbral hasta mi habitación”. Sobre la cama, hundiendo las sábanas de invierno, mi padre estaba sentado con las manos cruzadas sobre los muslos. “Ahora, finalmente, dame un abrazo”. Estuvimos apretados el uno contra el otro durante lo que se sintió una eternidad, y yo lloré desconsolado, llenando su camisa de lágrimas que imaginé turquesas, fucsias, cyang, y que caían hasta el piso para formar un río translúcido. “Lo hiciste bien, lo hiciste bien”, me dijo él. “Como yo, tú también eres un aventurero”. Aquella habitación tenía el aroma dulce de la miel, igual que todos los universos que había visitado con él, y me llenó los pulmones de aire liviano. Pero, sin previo aviso, el pecho de mi padre empezó a temblar convulsivamente y de su boca brotó una nube de polvo brillante que, en un instante, lo envolvió todo. Un solo gruñido, un desgarro seco. Y cuando se disipó la niebla, allí ya no había nadie.


6.
Abrí los ojos y me encontré en la habitación vacía de mis padres. Las luces estaban apagadas, las sábanas corridas hasta el piso. Las paredes de la casa estaban manchadas de humedad y resquebrajadas. En la cocina, las cerámicas estaban agrietadas y las figurillas que adornaban las mesas estaban caídas, desordenadas o quebradas. Solo en ese momento, noté lo mucho que había cambiado mi hogar. También lo enrarecido que estaba el aire a través de la ventana: lucía como una masa pesada, gris mineral. Sobre todo, fue la primera vez en la que noté que mi madre, envuelta en esa bruma que salía del pecho de mi padre, parecía un pálido reflejo de una vida anterior. Sus cabellos caídos, sus palmas fulgurantes, su piel llena de costras.

“Mamá”, la llamé. Y cuando me dirigió la mirada le pregunté si ella también era radioactiva.

En ese momento no me respondió.

Pero años después supe que ella, así como mi padre, se había enfrentado a la radiación del aire brillante.

Pero que ella sí había logrado sobrevivir.
Y que sus grietas en la piel eran la marca de su lucha.
De mi padre, no quedó piel alguna.



Viewing all articles
Browse latest Browse all 341

Trending Articles


Girasoles para colorear


Tagalog Quotes About Crush – Tagalog Love Quotes


OFW quotes : Pinoy Tagalog Quotes


Long Distance Relationship Tagalog Love Quotes


5 Tagalog Relationship Rules


INUMAN QUOTES


Re:Mutton Pies (lleechef)