Bajé el libro y lo puse sobre mis piernas.
—Estaba pensando —dije— que Caperucita debería ser mejor Caperucito…
Manuel giró la cabeza para mirarme por encima de sus lentes de lectura. El niño dormía entre nosotros, con la boca abierta, inmóvil.
—¿Qué? —dijo Manuel—. ¿De qué estás hablando?
—Del cuento, pues… ¿Por qué no puede ser Caperucito? ¿Y por qué no puede tener un romance con el leñador? ¿Te lo imaginas? Seducido en medio del bosque, y el lobo los observa entre los árboles y se masturba.
Manuel soltó una risita de incredulidad mezclada con incomprensión.
—Tú te volviste loco —dijo.
—Pero, piénsalo… Estamos acostumbrados a las mismas fábulas y los mismos cuentos de toda la vida, generación tras generación, sin cambios… ¿No es hora de algo nuevo?
—Son clásicos —dijo Manuel—. Por eso son clásicos. Se supone que así están bien. Además, ¿de dónde sacas esas ideas?
Dejé de mirarlo para acariciar las hojas del libro abierto sobre mis piernas.
—Ay, coño… No seas tan rígido. Sólo porque algo ha funcionado por un tiempo no significa que no pueda intentarse algo diferente… Un Caperucito, quizás. O… O… Ya va. ¿Te imaginas que, en lugar de Cenicienta como figura principal, el amorío sea entre el Príncipe y su ayudante, ¿ah? Y encima, el ayudante tiene fetiche por los pies y se excita con el zapato de cristal y las medias usadas del Príncipe… ¡Ah! Eso sí sería un cambio interesante…
Manuel hizo un gesto negativo con la cabeza sin dejar de reírse y volvió a la lectura de su propio libro.
—Creo que el confinamiento te está afectando.
—Pues, claro —dije—. Es el Fin del Mundo. Ya las viejas historias no importan. Hay que inventarse clásicos nuevos. Reinventarse. Comenzar desde cero. Y si sobrevivimos, nos contaremos fábulas nuevas, ¿no te parece?
—No existen las fábulas nuevas —sentenció Manuel.
—¡Exacto! ¡Pues, las creamos!
Manuel volvió a mirarme y alzó las cejas.
—¡Epa! Baja la voz… Vas a despertar al chamo… ¿De verdad quieres que eso suceda?
—Lo siento —dije—. Lo siento. Es que me entusiasmé por un momento ante las infinitas posibilidades… ¿Te lo imaginas?
—¿Qué?
—Ay, Manolo, no seas así, chico… Colabora. Usa la imaginación.
—No creo que sea un buen uso de la imaginación, si te soy sincero.
—Creo que debería anotarlo… ¿Dónde estará el bloc? Escúchame, y después anotamos todo, ¿sí? Presta atención…
—¿A qué? —Manuel volvió a sonreír—. ¿Te la fumaste verde?
—Ojalá… Oye: ¿Y si pusiéramos que la nariz de Pinocho fuese un consolador? Y sus amigos le piden que mienta, una y otra vez, mientras se van turnando sobre su nariz, ¿ah? Una orgía adolescente. Tiene sustancia, ¿verdad? O… Ponemos que Alicia se droga para seducir a la Reina de Corazones y el Conejo Blanco las filma para vender el video al… No, espera… ¿Y si el Sombrerero Loco tiene un burdel de jovencitos? El Lirón se vería cansado porque tiene que probarlos a todos…
—Pero, ¿qué te pasa? ¿Vas a seguir con eso?
Los dos reímos.
—Y no te quiero contar lo que podría hacer Peter Pan con el garfio del Capitán…
Manuel intentó concentrarse en su lectura, haciéndose el sordo, pero sin dejar de reír.
—Vamos, amor… Es para jugar un rato… Capaz y mañana salen con una vacuna o algún remedio y tendremos una idea fabulosa.
—Tú te volviste loco —dijo sin mirarme.
—Hay que ser creativos, me dijiste, porque el confinamiento nos atrofia la mente, ¿no?
—Ni de lejos me refería a esas cochinadas.
—Hmmm… Cochinadas… ¿Y si el Lobo Feroz hace un trencito con los tres cochinitos?
Esta vez, Manuel alzó los ojos.
—¿De verdad, Julio?
—Bueno, está bien… Tal vez no un trencito, pero podría cobrarle el alquiler a cada uno en “especias”…
Manuel frunció el ceño.
—Okey. ¿Y si el Hombre de Hojalata tiene una maleta con penes intercambiables de distintos tamaños? ¡Hey! ¿Recuerdas aquella escena de la película Drácula donde el conde, convertido en lobo, tiene sexo con Lucy en el jardín? Podríamos hacer lo mismo con el León Cobarde… Se queda dormido y el Espantapájaros se acerca con sigilo y le hace una felación.
—Pero, ¿qué es eso? ¡Estás enfermo! ¿Quién carajos va a leer eso?
Separé la espalda de la pared para darle énfasis a mis palabras.
—Mira, Manuel… Hay público para todo, y más ahora, con tantos enfermos y gente encerrada en todo el mundo. Hasta que las farmacéuticas no salgan con alguna vacuna, hay que pensar en todas las posibilidades. No seas estrecho de mente.
—Ajá… ¿Y es el tipo de historias que le leerías a nuestro hijo?
Me quedé callado por algunos segundos.
—Bueno… —dije—. Quizás no al principio, pero podría idearse una forma de reescribir esos fulanos cuentos bobalicones y ponerles sabor, agregarles acción, porque el mundo ya no será lo mismo…
—Te lo dije: estás enfermo. No fumes más de esa mierda antes de acostarnos.
—¿Qué te pasa? Piénsalo… Serían los nuevos clásicos… Las nuevas fábulas… Otras historias del Fin del Mundo… ¿A que suena interesante?
Manuel dejó el libro en la mesa de noche y apagó la lámpara de su lado de la cama.
—Bébete un vaso de leche y duérmete, coño… Y, por favor, ni siquiera se te ocurra soñar con La Sirenita.
—Pero…
—No —dijo Manuel dándome la espalda.
—Estaba pensando que Aladino, en vez de frotar la lámpara…
Manuel se puso la almohada sobre la cabeza y murmuró:
—Coño, duérmete.