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Channel: Pandilla Chang de jóvenes narradores
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Nada

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Por José Urriola



Era pobre y solitario. Y la situación se ponía cada vez peor. En cuanto a la pobreza y en cuanto a la soledad también. Así que se detuvo a pensar, ahora que tenía más tiempo para hacerlo, pero no se le ocurrió nada. Se puso a investigar, ahora que tenía más tiempo para hacerlo, pero no encontró nada tampoco. Acabó cerrando la computadora de un golpe, enfurecido y hastiado, después de leer una última frase de esas apestosas a autoayuda pero rematada además con un tufillo esotérico: “relájate, todo está en tu mente”.

Sin embargo, la frase –aún en contra de su voluntad– se le quedó resonando, como un eco sordo, durante el resto del día, y de la noche, y del día siguiente también. Entonces se le ocurrió la idea: si todo está en la mente, pues yo voy a crear drogas mentales. Y me pienso poner hasta el culo.

Se sentó, pies bien acoplados sobre el suelo, manos relajadas sobre las rodillas. Cerró los ojos, respiró, inhaló profundamente y exhaló con lentitud. Los pensamientos comenzaron a agolpársele como medusas en pleno estallido, como diminutos hongos atómicos. Pero eran fuegos fatuos, detonaciones estériles, como de un espectáculo pirotécnico desabrido y translúcido. No quería eso. Necesitaba producir cocaína mental, anfetaminas cerebrales, formular Alprazolam a fuerza de sinapsis inducidas en los circuitos neuronales. Tenía que concentrarse más. Pensar mejor. Convertirse en aquel sujeto de La ruinas circulares que soñaba a otro hombre, una labor, decía Borges: “mucho más ardua que tejer una cuerda de arena o que amonedar el viento sin cara”. Porque si lograba producir las drogas en su laboratorio mental, podría luego sintetizarlas y traficarlas. Ya luego se encargaría de buscar la manera de sacarse el producto del organismo, encapsularlo, empaquetarlo, vendérselo a la gente.

Pero el pensamiento de comercializar la droga y forrarse con las ventas se le convirtió en un nuevo ruido. Mejor centrarse en el presente, en el aquí y el ahora. Lo importante ahora mismo era lograr una meditación profunda que llevara a fabricar la droga en su laboratorio interno. Droga al cien por ciento de pureza, de altísima calidad y para el consumo personal. Calma, se dijo. Vamos paso a paso. Cada cosa a su tiempo.

Así que estuvo concentrándose día a día en su propia mente, horas de horas dedicadas a su supuesta capacidad para convertirla en una fábrica afinada, precisa y preciosa de las mejores drogas. Las más nobles drogas. Pero nada. Aquello era un agujero negro, un vacío absoluto, la nada maciza. Puro espacio en blanco, negro como el espacio exterior.

No servía para nada. Todos sus esfuerzos perdidos en el abismo sin fondo. Despeñados por un vórtice que llevaba a ninguna parte. Toda esa concentración tan meticulosa y meditabunda para absolutamente nada. Quería ser el personaje de Borges soñador de otros hombres y otras realidades, para acabar siendo un saco de pellejo inerte como el Burroughs de Yonqui, pasándose las horas con la jeringa colgando todavía de la vena, mirándose la punta de los zapatos.

La última noche, cuando estaba a punto de abortar la misión y no dedicar un segundo más a aquella promesa funesta y apestosa a autoayuda del todo está en tu mente, reparó en su error que era al mismo tiempo su única virtud. Su mente era una máquina de producir nada. Él era bueno, realmente bueno, haciendo nada. Su auténtica creación era el agujero negro, el espacio sideral entre los astros, el vacío apaciguador que hay en el agujero en vano. Esa nada que flota entre los cuerpos y los pensamientos. La esencia (apacible) de lo que no está. El estado zen congelado en la pausa prolongada. Esa era la droga dura que buscaba y necesitaba.

Se entregó a las cantidades masivas de nada que era capaz de producir en su laboratorio mental. Cuando por fin lo hallaron, tantos días después –luego de derribar la puerta y encontrarlo sentado y sin conciencia, entregado simplemente a respirar­– dijeron que tenía muerte cerebral, que de ese coma profundo e inexplicable no saldría jamás. Él, claro está, no los escuchó, estaba demasiado perdido en su universo oscuro y personal, como un cosmonauta que nada lenta e imperturbablemente en ese espacio vacío e inconmensurable que separa una galaxia de la otra.



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