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Museo Misterioso y Oculto de Coyoacán

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Por Fedosy Santaella



            Este es el museo de cera Misterioso y Oculto de Coyoacán. No tiene dirección en mapa físico, no aparece en Google Maps. La calle donde queda no tiene nombre. ¿Conoce usted el mercado de artesanías? Bueno, allí no es. ¿Sabe de la cantina La Guadalupana, ahora cerrada? Puede ser que por esos lados, pero tampoco. Se encuentra en un zócalo dentro de un zócalo, al doblar esta esquina, un poco más allá de esta tienda de tatuajes, por acá por esta taquería, un poco la izquierda de aquella otra tlapalería. Tan sólo tiene que perderse, comenzar a caminar al revés y con los ojos cerrados, pensando siempre en pingüinos de papúa (sólo de papúa) y en la estatua de barro de un niño apodada El Federal, decir tres veces el nombre de Raymond Roussel cuando toque la grieta de una pared rosa y listo, lo encontrará, el Museo Misterioso y Oculto de Coyoacán.

            Acá, una pequeña muestra no más de las figuras que usted se puede encontrar en nuestro dilecto museo. Pásele.


Erzsébet Báthory. De pie, con larguísimo vestido y dos trenzas cayéndole a los lados del pecho, sacando la lengua, lamiéndose una paleta de helado, roja, roja sangre. Un hilo del líquido le corre a un lado de la comisura derecha. Es muy pálida, blanca, hermosísima.


Batman. Vestido de Guasón, pero con la máscara puesta, Batman nos mira. Su boca no sonríe; por eso suponemos que es realmente Batman y no el Guasón quien está debajo de la máscara. Pero ya sabemos, Batman también es un desquiciado.


Leonora Carrington o Chavela Vargas. Un espejo, y dentro del espejo otro espejo donde, ya anciana, Leonora Carrington o Chavela Vargas mira hacia su reflejo y descubre a la otra, es decir, Leonora a Chavela o Chavela a Leonora. Quizás entonces la pintora canta o la cantante pinta; ambas fuman, eso sí. El cuarto del espejo se llena de humo. Ese cuarto, ambos cuartos se vuelven una tierra imprecisa. A veces, algo de ese humo se escapa a la sala, alcanza los detectores de incendio y se encienden las alarmas.


Johnny Cash. Echado en el suelo, contra una pared de la caverna Nickajack, vestido totalmente de negro, desesperado, perdido, con ganas de escuchar el canto de la muerte, de ponerse su anillo de fuego, de arder y, de tanto arder, acabar con el dolor o más bien, por fin sentir algo, así sea dolor.


Aleister Crowley. Hace unos años metimos su figura en el museo. La misma noche de su llegada, el edificio se encendió. Entre los escombros carbonizados, sólo quedó el muñeco de Crowley, chamuscado, negrísimo, pero allí estaba. Los bomberos, aunque no sabían quién era el personaje, se llenaron de pavor al verlo y lo destrozaron a picazos y palazos. Por supuesto, levantamos otro museo, y pusimos en el lugar de Crowley la figura de Walter Mercado… ni modo.


            Lila Downs. La diva vino de visita. Caminaba entre las figuras, movía las manos con encanto de diva. Se detuvo ante su figura, la miró admirada, realmente emocionada. «Idéntica», dijo. Se echó a reír de contento, nos cantó un pedacito de «La cruz del olvido», y se fue, tan rápido como vino. Ese día, sacamos de la sala la figura de Lila Downs. Qué vergüenza, pero Lila Downs… Lila Downs hay una sola, la que camina por el mundo, la de carne y hueso, aquella de la que estamos enamorados todos en el museo, hasta las figuras de cera. Por cierto, la figura de Lila fue secuestrada del depósito. Nada sabemos de su destino.


Anton Chigurh. No exactamente con el rostro de Javier Bardem, y acá sí con los fríos ojos azules de la novela. Chigurh alza el brazo donde sostiene una pistola de matar ganado. A las tres de la mañana, un mecanismo interno hace que su dedo se mueva y el arma se dispara. Los vigilantes procuran no pasar frente a Chigurh a esa hora. Un desprevenido alguna vez lo hizo. Fue convertido en figura de cera, y está tirado en suelo, muerto, haciendo de una de sus víctimas, que en efecto lo fue.


El hombre invisible. Un cartel dice: «Salí a comer, vuelve en cinco minutos». Es un chiste: la figura de cera está ahí, pero nadie la ve.


Sherlock Holmes. Cerca de museo Madame Tussauds, sobre la Baker Street y a cinco minutos a pie, queda el museo de Sherlock Holmes. Del museo de la Tussaud, salga por Nottingham Terrace y cruce luego a la izquierda en York Terrace W. Tendrá durante el recorrido, a mano derecha, el magnífico Regent´s Park. Pase luego junto al edificio de Merlin Events (Merlin Entertainment Group es el dueño actual del museo Madame Tussauds), y cruce a la derecha en Allsop Pl. A mano derecha tendrá a la pintoresca Guesthouse Gisel y a mano izquierda la estación Baker Street, sólida en sus ladrillos rojos, antigua y llena de motivos conmemorativos del famoso detective de ficción. En la Y, tome Allsop a la derecha y ya está en Baker Street. Allí, a mano izquierda, el museo que recrea el piso rentado por Sherlock Holmes y Watson en las historias de Conan Doyle. En los cuentos y las novelas, la dirección de la residencia es la 221B. La del museo, aunque en la puerta tiene una plaquita con ese número, es en realidad la 239. Hoy día, las 221B pertenece a un extenso complejo comercial de la zona. Por cierto, en el museo Madame Tussauds puede vivirse la experiencia Sherlock Holmes, un recorrido guiado por la recreación del piso del detective, las calles cercanas, las celdas de Scotland Yard, entre otros lugares. En nuestro Museo Misterioso y Oculto, Holmes no porta gorrita ni fuma pipa, y sonríe, repantigado en un sillón, sonríe como un loco, porque está loco, perdido en su locura y en la cocaína.


Michael Jackson. Por respeto a su arte, en nuestro museo no hay figura del ídolo. Jackson, excelso artista, se convirtió a él mismo en una figura de cera, ambulante, viva. Ningún muñeco de cera sobre la faz de la tierra ha de superar la figura de museo en que él mismo se convirtió. En su lugar, sobre un caballete, hemos puesto una foto de él y un cartel que dice: Michael Jackson, eximio escultor de la ceroplástica.


Un muñeco de Lego. De cera, un muñeco de Lego, de poco más de un metro de alto.


David Lynch.En realidad, es el mismo David Lynch que, desdoblado gracias a la práctica de la meditación, va y se para todas las mañanas en su puesto del museo y ahí se queda, con su increíble copete a lo Lynch hasta que el museo cierra sus puertas.


Bobby Perú. Mostrando su boca llena de encías y pequeños dientes y con una escopeta en la mano, a punto de entrar a robar un banco. Sabemos que esa puerta que hace de banco es un banco porque hay un cartel que dice «Banco». Hacia una esquina, lo que parece ser la sombra de un vampiro.


Santo. El enmascarado de plata, en medio de un extraño laboratorio, lanza un puñetazo al luchador Fernando Osés, y este, yéndose hacia atrás, tropieza con un Frankenstein inmutable que viene caminando con los brazos extendidos. El célebre luchador protagonizó en 1963 la cinta Santo en el museo de cera, dirigida por Alfonso Corona Blake y Manuel San Fernando. Allí, el enmascarado se enfrenta al Doctor Karol, un despiadado científico que pretende hacer, por medio de seres humanos, un ejército de fieras asesinas. Tras la desaparición de algunas personas, Santo acude a investigar. No tardará en descubrir que algunas de las figuras del supuesto museo del doctor Karol no son realmente de cera, sino humanos transformados en criaturas en estado de suspensión que, manipuladas por Karol, pueden ponerse en movimiento y atacar con furia.


Max Schreck. Vestido de Nosferatu clavándole los colmillos a Willem Dafoe (véase Bobby Perú).


Tin Tan.En el rol de Casimiro, cuidador del museo de cera (un museo de cera dentro de un museo de cera), enfrentando al Hombre Lobo, interpretado por Lon Chaney en el film mexicano La casa del terror del año 1959, dirigida por Gilberto Martínez Solares. Y sí, tal como lo han leído: Tin Tan contra nada más y nada menos que Lon Chaney, haciendo de Hombre Lobo. En esta cinta, Tin Tan es cuidador de un museo que en realidad es el laboratorio clandestino de un médico siniestro que busca resucitar a los muertos y someterlos a servidumbre. Cada experimento fallido termina siendo luego un muñeco para su macabro museo de cera. Una noche (siniestra, claro está) un rayo cae sobre los artefactos del laboratorio del museo y entonces una momia egipcia que el doctor ha robado vuelve a la vida. Esa momia resulta ser un hombre maléfico que, con la llegada de la luna llena, se transforma en Hombre Lobo (sí, en el antiguo Egipto también había hombres lobo). Tin Tan, el gran Pachuco de Oro, estará allí solo, en la soledad de la madrugada, para enfrentarlo.


Chavela Vargas o Leonora Carrington. Ibíd noc sojepse.


Boris Vian. Sentado en un taburete, tocando su trompineta. Al fondo, el escenario de su negocio nocturno en París, el Club Saint-Germain. A su lado, un joven desnudo, aullándole a una luna que se asoma en una ventana.


Orson Welles. Gordo, muy gordo, en medio de la luz de una nave extraterrestre, como si estuviera en medio de un escenario de sala de concierto. Está tan gordo que luz no puede con él, y lo dejan. Por eso la figura mira hacia arriba, los brazos abiertos, con cara de desesperación.


Zenón de Elea. De pie, con cara de sorprendido, una flecha atraviesa su cabeza desde su frente a la parte de atrás. Ya se ve, su paradoja no sirvió para detener indefinidamente la flecha.


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