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Channel: Galpón Chang de jóvenes poetas
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Editorial petrificante

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Encontrábase (qué felicidad enorme poder utilizar esta construcción verbal) un hermano Chang acariciando al gato negro sobre su regazo (los Chang sólo tienen por mascotas gatos negros), mientras con la otra mano sostenía un libro de Poe donde precisamente leía el cuento «El gato negro», cuando en eso llegó el otro hermano Chang conduciendo un camión cargado de gente petrificada del susto. Lo de petrificado del susto no es una metáfora, es la consecuencia de una droga que deja a la víctima con vida, pero con la expresión congelada que tenía al momento de serle inyectada la sustancia. Una fórmula hecha a partir del veneno de dragón de Komodo, receta heredada generación Chang tras generación Chang. El hermano recién llegado pidió ayuda a su hermano lector, pero el lector le dijo que ya va, que estaba por terminar, que además estaba con el gato (no sabemos si el del cuento o el que tenía encima) y que se esperara. Cuando por fin el Chang lector acariciador de gatos negros dio por terminada la lectura, dejó con suavidad gato y libro sobre la silla, y se dignó a ayudar a su hermano conductor de camiones a bajar los cuerpos inmóviles y a apilarlos luego contra la pared del depósito.

—¿Y qué se supone que haremos con estos cuerpos?
—Mantenerlos con vida. Tal como están.
—¿Pero los enterramos?, ¿los sembramos en macetas y los ponemos al sol?, ¿los decoramos y los ponemos en la sala?
—Eso te lo dejo a ti. Haz lo que quieras pero que no se muevan ni se mueran. Yo me voy a buscar más.

Se fue el Chang conductor de camiones y transportador de cuerpos inmóviles a buscar más gente tiesa, mientras su hermano lector y amigo de gatos (negros) se rebanaba los sesos buscando qué hacer con todos esos cadáveres vivos apilados sobre la pared, cuando en eso sintió un ronroneo y un roce de cola peluda cosquilleándole entre las rodillas. Bajó la vista y topose con que hallábase allí (de nuevo, qué felicidad meter estos verbos) la solución a sus cavilaciones: el gato negro. Haría lo mismo que hizo el personaje de «El gato negro» con su felino doméstico. Sólo que con un toque personal Chang, con un aporte de su propia cosecha: en vez de tapiar los cuerpos tras los revestimientos de la pared los recubriría de cera. Los encerraría tras una delicada capa parafinada. Como si fuera una segunda piel de esperma pulida. Como estatuas vivientes. Como maniquíes de carne que respira.

Cuando el otro hermano Chang regresó con su nuevo cargamento de cuerpos en pausa, se encontró con la hermosa exhibición de su hermano. Una docena de cuerpos encerados y abrillantados congelados para siempre en una coreografía inmóvil.

—Te fuiste sin decirme qué hicieron estos para ganarse la maldición de Komodo.
—Pues merecérsela. Igual que los otros que traigo en el camión.
—¿Les aplico el mismo tratamiento?
—Sí, hazlos también muñecos de cera. Y abramos al público, que esto merece ser visto.

Bienvenidos al Museo de cera de los Hermanos Chang. La entrada es gratis, pero si no se comporta en vez de la salida le garantizamos un lugar en la exhibición.


José Urriola y Fedosy Santaella / curadores.


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