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Channel: Galpón Chang de jóvenes poetas
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Medidas

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Por Luis Guillermo Franquiz



      El cantante llegó con dos horas de retraso y una resaca descomunal. Había acudido sólo por las insistencias de su agente, preocupado por la publicidad del asunto, y por el compromiso firmado varios meses antes con la gente del museo; pero el recuerdo de la fiesta en el hotel agudizó el dolor en su cabeza y el deseo de beberse algo muy frío. En el vestíbulo fue recibido por varias personas de la institución, con sonrisas estáticas que él imitó sin problemas, y posó junto a ellos frente a un grupo de fotógrafos que gritaban peticiones y llamaban su nombre para atraer esa célebre mirada camuflada detrás de los lentes oscuros que caracterizaban su imagen alrededor del mundo. Supo luego que existían diferentes categorías entre los invitados y que él pertenecía al grupo de los que denominaban A1; algo así como un Very Important Person, pero con una atención más personalizada. Entonces, en pleno mediodía, la gente del museo quiso saber si prefería comer o beber algo allí, en la sala donde sería atendido, o en algún otro sitio específico de la ciudad. El almuerzo correría por cuenta de la institución, por supuesto. El cantante volvió a pensar en la fiesta de la noche anterior, en los diminutos frascos de cristal que le entregara el DJ y en las pecas en el pecho de la rubia sin nombre. Sobre todo en las pecas del pecho de la rubia sin nombre. Una constelación de manchas oscuras que prometía varios viajes siderales. Las comisuras de su boca se alzaron en un intento de sonrisa y la gente del museo intercambió miradas de tranquilidad y complacencia. Parecía que ya lo peor quedaba atrás.

     El cantante fue escoltado a través de varias plataformas donde se exhibían distintas figuras bastante realistas de personas famosas. Alguien ofreció explicaciones, detalles técnicos, pero todo eso sonaba amortiguado dentro de la cabeza del cantante. Asintió varias veces y alzó las comisuras de la boca en otras oportunidades. Al final del paseo, tras preguntarle si deseaba algo en particular en cuanto a bebidas o comidas, lo condujeron hasta una sala amplia llena de mesones alargados, un par de butacas enormes y muchas cortinas blancas. El color predominante era el blanco. Un blanco centelleante que empeoraba el dolor de su cabeza. Una plataforma lateral atraía las miradas y, custodiándola, un par de aparatos fotográficos que se asemejaban a dos enormes paraguas negros y abiertos. Decidió dejarse los lentes mientras pudiera jugar con las negativas implícitas de su celebridad. En la sala abundaba el verde y el blanco.

Desde un rincón sobresalían varias cabezas con la vista fija en el vacío. Ojos vidriados. Miradas sintéticas. Una sonrisa en algunas bocas, como colgadas con alfileres. Varias muestras de tela estampada sobre uno de los largos mesones de patas hinchadas. Varias herramientas metálicas en el otro mesón. Y en el centro, con la vista baja, un hombre corpulento de piel oscura. La gente del museo se despidió con muchos ademanes, asegurando que habían arreglado la sala especial de mediciones según los requerimientos de privacidad del cantante. Él asintió con movimientos lentos de su adolorida cabeza. Ni siquiera hizo el esfuerzo por alzar las comisuras de la boca. Uno de los directores preguntó si el cantante deseaba algo en particular, si prefería que alguno de ellos se quedara para responder a sus preguntas o…

—¿Quién es él? —quiso saber el cantante.

Uno de los directores dijo su nombre, lo pronunció dos veces en voz alta, agregando que el hombre corpulento de piel oscura se encargaría de tomarle las medidas antropométricas. El cantante movió la cabeza con un vago gesto afirmativo. El séquito del museo se dispersó con un murmullo de las suelas de sus zapatos. En el silencio de la amplia habitación quedó colgado el sonido metálico de las puertas al cerrarse. El hombre corpulento de piel oscura levantó la mirada y se detuvo en el cabello largo y lacio del cantante, de un color indefinido, similar a la tonalidad burbujeante del champaña. Luego bajó los ojos hasta la mano derecha del artista, el lento movimiento de sus dedos, como si formularan una pregunta muda y prolongada.

—Allí hay un biombo —dijo el hombre corpulento de piel oscura, señalando un tríptico de tala blanca ubicado cerca del rincón junto a la plataforma—. Si quiere, puedo ayudarlo a desvestirse. También hay una bata.

Habló en voz baja, con temor a equivocarse. Tragó saliva. Sus ojos se pasearon por la piel luminosa y descubierta del cantante. El pantalón oscuro y ajustado. La camisa estrecha. Los lentes impidiendo cualquier acercamiento. Luego, con pasos lentos, el cantante fue hasta la mesa donde estaban dispuestas las herramientas plateadas y varias cintas métricas. Levantó algunas cosas con cuidado y se volteó para encarar al hombre corpulento de piel oscura.

—¿Sólo tú? —dijo.

El otro asintió antes de apartar la mirada. El cantante tamborileó con los dedos encima de la mesa. Su mano era blanca y de aspecto femenino. Los dedos largos y delicados para aferrarse al micrófono. La otra mano acariciaba una barba incipiente en su barbilla. El golpeteo sobre la mesa era el único sonido dentro de aquellas paredes.

—¿Cuánto tiempo? —dijo el cantante.
—Trataré de hacerlo tan rápido como pueda —dijo el hombre corpulento de piel oscura sin alzar la voz—; pero usted comprenderá que debo trabajar solo. Fue uno de sus requerimientos.

El cantante asintió con un par de movimientos de su cabeza. Prefería hablar poco, así podía mantener el dolor de cabeza a una distancia prudente. Parpadeó. Se fijó en el biombo y en la bata blanca colgada de una percha. Pensó que hubiese sido agradable tener allí a la rubia con el pecho lleno de pecas. Hizo una profunda inspiración al recordar la imagen de sus senos salpicados de motas pequeñas. Imaginó gotas de chocolate. También recordó las botellas diminutas que le diera el DJ en la fiesta. Polvo blanco y gotas de chocolate. Azúcar mascabado, se dijo y sonrió. Después, con un chasquido de la lengua, fue hasta el biombo para desvestirse.

—Voy a necesitar que me hagas un favor —dijo el cantante, mientras se bajaba el pantalón.

El hombre corpulento de piel oscura aseguró que trataría de ayudarle de la mejor manera posible. Ya no había lentes. Ni camisa estrecha. Ni pantalón ajustado. Sólo una figura delgada y pálida que avanzaba hacia él. Iba descalzo. Se fijó en las pestañas del cantante, asombrosamente largas; y en la simetría de un rostro tan andrógino como el de Jared Leto. Sí, los rasgos faciales del cantante, se dijo el hombre corpulento de piel oscura, eran perfectos; una cara que bien valía la pena preservar para siempre. Entonces bajó la vista. Fue un gesto involuntario. Ya había lanzado algunas miradas subrepticias al bulto dentro del pantalón, un bulto que se definía mejor bajo la ajustada tela del pantalón. Un puño apretado y contundente. Pero la entrepierna del cantante no mostraba ningún abultamiento bajo el algodón de su ropa interior. Quiso prestar más atención pero la voz del cantante lo obligó a levantar la mirada.

—Ven aquí —dijo el vocalista, apoyados los glúteos sobre el borde del mesón—. Quiero aclarar algo antes de que comencemos.

Los ojos fijos con sus pestañas alargadas en las pupilas turbias del hombre corpulento de piel oscura. Hubo un estremecimiento. Un temblor casi imperceptible en la comisura de la boca. El amago de una frase que se quedó sin pronunciar. Las celebridades y sus caprichos, se dijo el hombre corpulento de piel oscura. Debía jugar con la tolerancia y la adulación soterrada para acercarse lo más posible a su objetivo. Era como mirar directamente al sol.

—Escúchame bien —dijo el cantante—: te puedo volver mierda la vida si me provoca, ¿lo entiendes? Dime, ¿lo entiendes?

El hombre corpulento de piel oscura asintió. La exquisita vanidad.

—Acércate.

El hombre corpulento de piel oscura se acercó. Con la mano abierta dejó rodar sobre el mesón un bolígrafo y un bloc rayado. En la otra mano aún sujetaba una cinta métrica. Dijo:

—Le pido disculpas si he dicho algo indebido o…
—No —dijo el cantante—. Ven. Necesito que hagas algo por mí… No puedo concentrarme en nada más…

Pero se quedó callado. Ambos sostuvieron sus miradas durante varios segundos. Mudos. Luego el hombre corpulento de piel oscura sintió una mano posándose en su hombro con la delicadeza de una paloma. Una paloma que lo invitaba a arrodillarse con lentitud. Tragó saliva en un gesto inconsciente, temeroso de preguntar o decir cualquier tontería. El cantante lo miró como si hubiese sido una estatua precipitándose desde un alto pedestal. Los dedos del cantante agarraron la liga elástica de su ropa interior y la bajó hasta las rodillas. El hombre corpulento de piel oscura no pudo apartar la vista. Allí estaba el sol. Pero era un sol diminuto convertido en algo diferente. Le llevó un par de segundos descifrar lo que veía. De nuevo, un par de palomas se posaron junto al cuello del hombre corpulento de piel oscura. No sabía cómo referirse a lo que miraba. El cantante preguntó:

—¿Lo has hecho alguna vez?
—No.
—¿Nunca?
—Nunca.
—Es una lástima que no tengas pecas —dijo el cantante.

El hombre corpulento de piel oscura negó con la cabeza. La presión de los dedos en sus hombros lo invitó a acercarse con cuidado, con los ojos abiertos, con los ojos cerrados, para besar aquellos labios ocultos mientras la cinta métrica se desenrollaba como un ciempiés largo y tembloroso entre los tobillos del vocalista.


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