Por Martha Durán
Día uno
Eugenio esparce por el suelo cien flores amarillas. El piso de su casa totalmente amarillo molesta un poco en los ojos. Mariana desearía tener lentes oscuros.
Mariana pinta en las paredes soles de colores con el dedo. Primero un sol amarillo, grande, con una redondez torcida, ahuevada.
Eugenio sonríe mientras mira a Mariana hacer soles de formas extrañas, estornuda.
Mariana tiene reflejos amarillos en el cuerpo: fragmentos de luz que rebotan antes en las flores, los dibujan en el cuerpo de Mariana. Tiene también rayos azul-rojo-verde en el rostro, rastros de sus dedos pintados y un cierto descuido, el olvido coloreado.
Mariana y Eugenio se lavan las manos.
Día dos
Mariana llega corriendo y se lava las manos. Eugenio no está en casa todavía.
El olor de las flores ya se ha ido. Recoge todas las flores amarillas esparcidas por el suelo, se queda mirándolas deseando que pudieran estar ahí siempre, pero las ve pálidas y un poco arrugadas. Termina de recogerlas. Se queda sentada en el suelo frío, un poco triste, pensando en el espacio vacío, en el amarillo que ya no está.
Eugenio llega tarde. Mariana duerme.
Día tres
Mariana llega corriendo y se lava las manos. Eugenio la espera en silencio, con las manos en la espalda.
Mariana cierra los ojos, como le pide Eugenio. Y espera.
Eugenio esparce cien flores violetas por el suelo. Mariana abre los ojos y el color de las flores entra dando saltos y sale por su boca. El olor le pica en la nariz, pero le gusta. Estornuda. Una sonrisa violeta hace que Eugenio compruebe que ha valido la pena.
Mariana pinta soles de colores con el dedo, con las manos.
Día cuatro
Mariana llega corriendo y se lava las manos. Busca por toda la casa a Eugenio, piensa que la espera escondido. No lo encuentra.
El color violeta de las flores también se ha ido poco a poco. Flores lánguidas, cansadas, siguen acostadas en el suelo. Parecen dormidas, pero enfermas. Mariana se entristece de nuevo.
Mientras espera a Eugenio, comienza a recoger una a una todas las flores del suelo. Llena otra vez una bolsa grande, la deja en la puerta.
Se sienta en el piso ya vacío, limpio. No tiene ganas de pintar soles de colores.
Día cinco
Eugenio llega corriendo, no se lava las manos.
Comienza a recortar flores de papel y las va amontonando en una esquina. Recorta cien flores de papel.
Mariana llega corriendo y se lava las manos. Grita de emoción al ver que Eugenio la espera.
Mariana y Eugenio pintan una a una las flores de papel. A Mariana le gusta el amarillo y el naranja, le recuerda a un sol que hace tiempo no ve. A Eugenio le gusta el azul, le recuerda un mar que antes era suyo.
Eugenio y Mariana esparcen por el suelo las flores de papel ahora vivas, amarillas, naranjas, azules.
Se acuestan cansados.
Día seis
Mariana llega corriendo y se lava las manos. Eugenio no ha llegado.
Estornuda. Abre la ventana para que entre un poco de aire, huele a pintura. Estornuda. El viento entra fulminante y desordena todas las flores. Algunas salen por la ventana, otras se amontonan en esquinas y muestran sus reversos pálidos.
Mariana cierra la ventana y recoge una a una las flores de papel.
Quiere contarle a Eugenio por qué tuvo que recoger todas las flores. Se sienta a esperarlo. Detalla las líneas torcidas de los soles estampados en la pared. Se fija en la ausencia de pintura en algunos trazos, en sus bordes irregulares. Se queda dormida.
Día siete
Eugenio llega a casa con muchas velas de colores y varios moldes con forma de flor.
Eugenio derrite la cera, no deja que Mariana se acerque. Ella solo ayuda a retirar la cera, ya hecha flor, del molde.
Las flores de cera ocupan todo el piso de la casa. Mariana entiende que han ganado, aunque ya sabe, lo descubrió pintando soles, que nada estará ahí por siempre. Seguramente – piensa – yo misma recogeré las flores cuando me canse de verlas.
Eugenio ha logrado por fin amueblarle la casa a Mariana, lo ha intentado desde que dejaron el horror, las raíces agarradas feroces a la tierra de lo cotidiano, lo familiar. Ahora son solo dos, y cien flores de cera esparcidas por toda la sala.