¿Tú viste Shame, la de Steve McQueen? Es que hay una escena ahí que es importante. Vela si puedes. La película no tanto, pana, la escena de la ventana. La escena es la que es crucial para que entiendas.
Lo otro que tienes que entender es que yo nunca superé lo de Maricela. Que yo sé, coño, que han pasado los años, que prácticamente te estoy hablando de otra vida y de otra gente que fuimos pero que ya no somos, pero es que no tengo ningún control sobre ese asunto, es más fuerte que yo, me rindo, acúsame de incapaz y de incompetente, lo que te dé la gana, está bien. Porque yo me hago el que ya no le importa, el que dejó todo atrás a años luz, yo disimulo y a veces hasta me lo creo, pero la verdad es que a mí esa mujer me sigue doliendo. Esa vaina no se cura, no cicatriza, un día de estos, calladito y sin que se entere nadie, me van a encontrar muerto en el baño, seco, muerto así de varios días, víctima de Maricela.
Y hubo un tiempo en que la busqué y le rogué y me le arrodillé. Le pedí que volviera, que yo me convertía en su esclavo, en su siervo de la gleba, en su perro, que pusiera las condiciones que quisiera, que si quería ni le hablaba, le limpiaba las suelas con la lengua, le llevaba el desayuno a la cama, me le ponía de alfombra o de mesita para los pies.
Que no, que estaba en otra, que se le había apagado la llama, que había conocido a otro, que prefería estar sola o con otras compañías, que a lo mejor le gustaban las mujeres, que no sabía nada, que lo único que sabía era que conmigo no. Yo estuve a punto de decirle que si a su pareja quería yo podía ser esclavo de los dos. Bueno, está bien, sí se lo dije. Se lo llegué a decir, dos veces. Y por eso fue que me amenazó con la orden judicial para mantenerme en un radio de quinientos metros de ella si algún día llegaba a insistir.
Así que con los insignificantes residuos de mi aún más insignificante dignidad, me fui con la cola entre las piernas a comprarme una muñeca inflable y una peluca con los pelos idénticos a los de Maricela. Y vestí a la muñeca empelucada con la ropa que había dejado Maricela en la casa –porque salió tan huyendo que hasta la mitad de sus cosas dejó– y me monté una vida con mi Maricela inflable, mi Marinflela, así como en Tamaño natural, la película de García-Berlanga. Esa es otra que tienes que ver para que entiendas. Berlanga, española la película, con B de burro. Ajá.
Pero hay un problema ahí como de textura, pana, y de temperatura también. El plástico es como frío y urticante y maluco. Te funciona al principio, pero es como un placebo que va perdiendo efecto, porque con el tiempo te vas sintiendo un poco ridículo y luego bastante ridículo de tener una pareja inflable que te deja inflamadas las partes. Es como estarse cogiendo a un salvavidas, ¿entiendes?. Por más que le pongas peluca y la bañes con el champú de Maricela, eso es como un flotador para chamos que pudo tener forma de delfín.
Entonces me dieron el dato de la impresora 3D. Que había un carajo en el centro, por Madero, que te la alquilaba por horas en un sótano clandestino. Tú ponías los reales y los materiales y las fotos de la modelo y listo. El tipo no hablaba jamás a nadie de lo que mandaste a imprimir, y a ti te mataban –literalmente, te mandaban a unos carajos de esos que cortan lenguas y luego te cuelgan medio muerto de de un puente– si llegabas a abrir la boca con quien no debías. Entonces estuve investigando y me estuve asesorando y al final lo que mejor resultaba era comprar velas. Velas, bróder, velones como de esos de los santos de las iglesias. Los suficientes como para derretir y luego con la esperma hacerte una mujer de cera de 58 kilos. Mi propia y personal Maricela de cera. Claro, lo de la textura quedaba solucionado pero seguía estando el problema de la temperatura; entonces el carajo de la impresora 3D me dijo que se le podía instalar por dentro un motorcito que mantenía la cera a 37 grados. Sabrosos, cálidos y humanos 37 graditos. Que cuidado con elevar la temperatura porque era cera y la cera con calor bueno…
Entré solo a aquel sótano de Madero una noche y salí al día siguiente muy bien acompañado. Con Maricera. Mi hermosa, riquísima y personalísima Maricera privada, con su peluca recién lavada, con sus ropas salpicadas con gotitas del perfume de la Maricela original. Con sus pantaleticas diminutas, las que tanto me gustaban y tanto le pedía que se pusiera. Paré un taxi y le dije que me llevara directo al hotel St. Regis de Reforma. Al llegar pedí una suite, que fuera en el último piso, eso sí, puse la tarjeta sobre el mostrador sin dolor de mi alma. Cargué a mi muñeca en brazos y subí por el ascensor hasta la habitación. Descorrí las cortinas, el día estaba radiante y despejado, el sol se metía a raudales por el ventanal recién pulido.
Aquí llega la parte en que es importante Shamede Steve McQueen, no la viste, ¿no? Es que hay una escena que es crucial. Es un polvo de los centenares que echa Michael Fassbender en esa película pero en éste están en un rascacielos en Singapur, que si en el piso 35, tirando de pie, con la mujer apoyada del vidrio panorámico con las dos manos y Fassbender dándole con todo desde atrás, como queriendo partirla en dos. Bueno, pues imagínate la vaina igualita pero conmigo y Maricera. Y Maricera que no podía aguantar más de 37 grados con ese solazo de frente, con los vidrios creando un miniefecto invernadero, apoyada contra los cristales calientes y yo como un energúmeno poseído y sudado más atrás. Es que te digo una vaina, la locura se parece un montón a la mezcla de lujuria con venganza.
Métete ahora en Google Maps, busca esta dirección: Paseo de la Reforma 439, Cuauhtémoc, en Ciudad de México. Ajá, entra ahora en la función de Street View para que puedas caminar por Reforma en 3D. Párate ahí frente al St. Regis, mueve el cursor ahora hacia arriba, apunta hacia el cielo. Ahí está, mira la ventana del hotel. Ahí estoy. Ahí estamos Maricera y yo. Y la vaina se ha vuelto viral, ya hasta me reconocen en la calle: no mames, cabrón, pero si tú eres güey que coge muñecas de cera. Pero es que dime tú, qué me iba a imaginar yo que estos hijos de la gran puta estaban tomando las fotos para Google Maps y Google Earth ese día, cómo me iba a imaginar yo que todas esas cámaras, algunas en aviones y otras en la calle, me estaban capturando para la posteridad justo a esa hora, en el preciso momento en que por fin volvía a coger con Maricela y ella se iba fundiendo al mismo tiempo que yo me derretía en ella. Justo cuando los dos licuábamos para hacernos esperma.