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Sesión del maniático del cine (y del ofendido para muchos)

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Por Alejandro Rojas


El cine es arte, por dónde se le vea. Puede tratarse de la película más intima, de la producción más comercial, de la obra de culto o de autor más compleja, poco importa. Lo que vemos en pantalla es sagrado y hay que entenderlo así.


Entonces, ¿por qué carajo hay gente que no se comporta a la altura?


Desde que tengo uso de razón, mis idas al cine son parte esencial de mi vida. Lástima que, en la mayoría de las ocasiones, a medida que pasa el tiempo, estas experiencias se ven mermadas por actitudes de personas, que claramente, entienden ir a ver una película de una manera completamente diferente.


A continuación, una descripción general a lo que es ir al cine en mi lugar (y lo que sufro).


Escoger el asiento

Si llegara a ser un cine en el que no se reservan los asientos, procuro llegar con anterioridad.  Busco un asiento —dependiendo de la sala sé cuál asiento me va mejor en relación a la pantalla y el lugar. Si la sala se llena, pues se llena y mejor. Pero hay veces en las que no se llena, y la gente busca sentarse delante de ti, a los lados o detrás de ti. ¿Para qué? Si tienen bastante lugares para escoger. Será que sin saberlo, ¿la gente busca estar cerca de los demás? Si tienes suerte, te tocan personas que respetan la experiencia del cine. Pero la mayoría de las veces no es así y más adelante sabremos por qué.

Aunque reservara los asientos por internet o en taquilla también llego con tiempo de sobra. Es cuestión de principio sentarme y prepararme. Lo que ocurre con la gente es que al saber que tienen su asiento reservado, entran a último minuto. Y nada más fastidioso que te pasen una y otra vez por delante minutos antes de que empiece la película.


Esperar por la película
Mientras esperas por el inicio de la película, te das cuenta de quienes tienes a tu lado. Si son habladores o no, si son compulsivos del móvil, si comen hasta no dar más, si son de los que guardan asientos hasta el último minuto para alguien más de su partida, si se levantan y salen de la sala una y otra vez antes que empiece, si son enamorados, en fin, ya les conoces algo.

He llegado a comprender que, en esta espera por la película, tiempo que incluye promos y trailers, hay que dejar que la gente haga lo que sea, no importa. Que hablen, se cuenten cualquier cosa de la vida, hablen por el móvil, se engullan lo que se hayan traído a la sala, porque se trata del momento justo antes de que empiece, ¿cierto? No señor. Lamentablemente, no es así.

Empieza la película
Entre las muchas cosas que me molesta, es que una vez empezada la peli, así sea con logo inicial de la compañía de la que la produce, hay gente que sigue hablando de la fulana o el fulano, o de lo que pasa en la vida. Por lo general, me atrevo a susurrarles que hagan un poco de silencio.  Funciona poco.

También sucede que a veces sigue llegando para sentarse. ¿No debieran cerrar la sala una vez que empiece la sesión? Bastante tiempo ha pasado entre la espera y el inicio como para que además busques asientos mientras la peli ha dado inicio. ¿Qué se hace? Peleas un poco para que tomen asiento, sobre todo, si están bloqueando parte del cuadro de la pantalla. Lo más probable es que te respondan qué te pasa como si el desconsiderado fuese uno.


La película lleva media hora
Con suerte, la gente ha parado de hablar. Están inmersos en la historia, en los personajes, en lo que han venido a ver. Pero… comen. Todo lo que tienen a mano. Las palomitas de maíz —ese sonido que cruje cuando la ingieres. No importa la delicadeza con la que pueda desempeñarse tal acto, es que sigue crujiendo. Una por una, y son miles. O comer un trozo de pizza, inclusive peor, un hot dog. El aroma a salchicha y kétchup invade una película que poco tiene que ver con esta nutrición. La verdad es que, ¿quién carajo dijo que se podía comer en el cine? ¿Cómo se puede comer y a la vez ver algo? Son dos experiencias muy distintas.

Mitad de película
Por si fuera poco, y pese a las advertencias especificadas de las mil y un maneras antes de la película, hay otro factor en contra durante la proyección: el móvil. La historia ya ha dado un giro importante, sobre el cual encamina el resto de la película. Debiera enganchar al espectador, o por lo menos, interesarle. Cómo es que justo durante una escena de crucial importancia, de silencio incómodo entre personajes, se dispara un móvil con el ringtonemás despiadado al son de una pobre música y a todo volumen. Cómo es que aunque el público se queje y manda a silenciar el móvil, se escucha justo después el “hola” de la persona respondiendo a la llamada. Cómo es que la persona sigue hablando diciéndole “estoy en el cine”. Cómo es que no cuelgan. Ya se perdió la magia de esa escena, secuencia, momento que quieres ver con cuidado, respeto y admiración por el trabajo de todos los que hicieron la película. ¿Y por qué se perdió? Porque era la primera vez que veías la película. Hay otros que no sueltan el móvil y piensan que porque no hablen, lo están haciendo bien sin molestar a nadie. Cuando éstos recurren al envío de mensajes, se le pasa de largo que una luz brillante como si fuese un foco de salida de emergencia irrumpe en la visión de una porción de la sala. Es como si nublara lo que estamos viendo. Y cuando te percatas del que tienes el foco a tu lado, hay mucho otros focos en el resto de la sala, como si se tratara de la balada de un concierto (no entremos en detalle cómo se viven los conciertos hoy en día, sería para describirlo en otro escrito). Cuando les dices que por favor no envíes textos, algunos intentan cubrirse un abrigo, pero entienden que la luz sigue presente, incide de otra manera, y no le vas a poder quitar el ojo. Otros hasta pudieran amenazarte con unos golpes. En es serio.

Hacia el final de la película
Asumo que todos los que llegan hasta el final de la película es porque les ha cautivado, ¿cierto? Pues a algunos le ha dado por criticar la historia, decir lo poco que les gusta, o la desilusión que han llevado, como si necesitaran descargar contra lo que van viendo… ¡y la película no ha terminado! No debiera hablarse, y si se hiciera, lo correcto sería hacerlo después. Y punto.
Añado que aquellos que comen, siempre tienen algo guardado para el final, como si no hubiesen comido todo lo que pudieran —ese abrir de cualquier bolsa que contenga papas, golosinas, y demás. Ese ruido estruendoso que sucede fuera de la película en escenas de clímax.

Los créditos (y la salida)
Sabemos cuándo la película va a terminar si conocemos su duración. Si se está viendo el reloj. Si la secuencia o desenlace de la historia lo está presentando. Pero qué placer es dejarte llevar y la historia termine cuando termine, sin que tengamos nada pre-concebido. Pareciera que hay gente que se huele el final de la película, y están ávidos de salir de la sala – y algunos lo hacen minutos o segundos antes la pantalla se vaya a negro o aparezcan los primeros créditos de cierre, abriendo la puerta de la sala para que entre la luz de afuera y sencillamente te quedes sin ver por completo lo que pase en la pantalla. ¡Qué manera de cortarle a uno lo que ha venido a ver! Ni hablar cuando aparecen con propiedad los créditos, es como una estampida de gente de fiesta tradicional arrollándose los unos a los otros a como dé lugar. Entiendo que la gente se vaya, y no se quede viendo créditos. Pero para aquellos que sí queremos quedarnos, bien sea para rendir homenaje a todos los que trabajaron o para de alguna manera ir “saliendo” del trance de la película poco a poco, es un bajón. Pero lo dicho, todos son libres “salir” de la sala como quieran hacerlo. No hay nada que hacer.


Ir al cine hoy en día se ha convertido algo difícil. Por supuesto, hay lugares y eventos en los que aún se siente ese ida al cine como algo importante. Ciudades en las que aman el cine, festivales de cine en los que el público busca un cine nuevo, etc. Yo sé que hay gente así, las conozco y también no las conozco porque cuando voy no todos se comportan de esta manera irrespetuosa. Y pienso además que lo mejor del ir al cine es que, justamente, estés rodeado de extraños compartiendo una experiencia colectiva, que a cada quien le va llegando de distinta forma, de reír, llorar, emocionarse. ¡Es único! Como lo fuera una pieza de teatro, de danza, ópera y conciertos. Lo que no entenderé es que la experiencia vaya acompañada de un móvil, de comida y la incesante necesidad de hablar y comentar durante la experiencia. Quizá es porque ir al cine ya se le cataloga como entretenimiento, y lo es también en ocasiones, pero no el tipo de entretenimiento en el que se pueda permitir esto. Esto ofende, y mucho. Porque aunque se lo tomen a la ligera, lo que sucede en la pantalla es sagrado.


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