De vez en cuando, porque no les gusta morir,
se deslizan, dan una vuelta a la esquina
y se dejan ver. Son ellos y su olor a matadero,
ellos que vienen hacia ti, pero no es contigo, su mirada va más allá,
como fija en un barco de uñas o en una selva sin aldabas.
No te hocican, te traspasan. Tampoco les importas.
No más se dejan ver, y por no dejar, te desarreglan.
Queda de ti, toda luz todo vacío toda puerta.
O quizás sí es contigo, pero ellos tienen sus maneras de volver.
No eres tú quien ha terminado con ellos.
Son ellos que se alejan, y tú sientes que algo se te va en el trasiego.
Pero de vez en cuando, sí, te arrean, te arriman, unas caricias,
y te dicen, está bien, está bien, muchacho, vuelve a intentarlo, sálvate,
o pretende que te salvas en el rizo del tiempo.
De vez en cuando, porque no saben morir, de vez cuando vuelven,
son ellos, somos nosotros, esa luz de faro que se incendia,
esa luna negra, esa locura lenta que te lame los ojos.
De vez en cuando, porque no les gusta morir, porque
para siempre seremos los hijos de una película china de artes marciales.
Allá atrás, en el depósito, entre los trastos de la quincalla.
Fedosy Santaella y José Urriola, quincalleros.
se deslizan, dan una vuelta a la esquina
y se dejan ver. Son ellos y su olor a matadero,
ellos que vienen hacia ti, pero no es contigo, su mirada va más allá,
como fija en un barco de uñas o en una selva sin aldabas.
No te hocican, te traspasan. Tampoco les importas.
No más se dejan ver, y por no dejar, te desarreglan.
Queda de ti, toda luz todo vacío toda puerta.
O quizás sí es contigo, pero ellos tienen sus maneras de volver.
No eres tú quien ha terminado con ellos.
Son ellos que se alejan, y tú sientes que algo se te va en el trasiego.
Pero de vez en cuando, sí, te arrean, te arriman, unas caricias,
y te dicen, está bien, está bien, muchacho, vuelve a intentarlo, sálvate,
o pretende que te salvas en el rizo del tiempo.
De vez en cuando, porque no saben morir, de vez cuando vuelven,
son ellos, somos nosotros, esa luz de faro que se incendia,
esa luna negra, esa locura lenta que te lame los ojos.
De vez en cuando, porque no les gusta morir, porque
para siempre seremos los hijos de una película china de artes marciales.
Allá atrás, en el depósito, entre los trastos de la quincalla.
Fedosy Santaella y José Urriola, quincalleros.