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Channel: Pandilla Chang de jóvenes narradores
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Filans & Mercs

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José Urriola




Yo fui un Filan y por eso ahora me persiguen los Mercs. Me persiguen no sólo por ser Filan sino, sobre todo, por haber dejado de serlo. Una vez le pregunté a Ramírez, que es como el gran maestro de los Filans, por qué nos llamaban así y me dijo que por filántropos, que así le decían a quienes hacían cosas buenas por los demás en los viejos tiempos antes del Estallido. Yo no entendí bien la explicación pero me pareció que era una cosa cargada de sentido. Los Filans somos mensajeros, simples transportadores, llevamos ocultos en el organismo paquetes de información prohibida. Y los Mercs nos persiguen porque les pagan por eso; porque hay gente poderosa interesada en que esos paquetes no lleguen a destino o porque les importa más aún que ningún Filan se quede con ese material para su propio consumo y así jamás llegue a entregarlo.

La Refundación tiene estrictamente prohibidas todas las cosas que existían antes del Estallido.  Sólo se pueden difundir y consumir legalmente aquellas que han sido aprobadas por el Comité de Censores Refundadores. Por eso hay Filans que transportan libros, otros películas, otros que llevan pornografía, algunos trafican perfumes, revistas, periódicos viejos y hasta recetas de cocina. Yo siempre fui un repartidor de música, lo que es una ironía porque a mí la música siempre me importó bastante poco. Creo que me especialicé en la música porque no había casi Filans musicales. Había algo en ellos que los delataba y los convertía en presas especialmente fáciles para los Mercs que los reconocían con solo verlos caminar. Los cazaban y les perforaban los oídos, les taladraban el cerebro hasta encontrar dónde exactamente escondían la materia musical. Luego los dejaban ahí tirados en el piso hasta que se desangraran en vida, para que sirvieran de ejemplo, con un letrero escrito a mano sobre el pecho: “Así acaban todos los Filans”.

Ramírez me dijo un día: “Hay un paquete musical especialmente importante que necesitamos que le lleves a la hija del Dr. Fulano que te va a estar esperando aquí, en tal punto que queda exactamente a dos mil kilómetros más allá del fin del mundo”. Yo le dije que no, que me diera pornografía o fórmulas para hacer perfumes, que prefería cambiar de ramo. Pero Ramírez insistió: “Eres mi mejor Filan, el único en quien de verdad confío, no le puedo encomendar esto a nadie más. Y lo bueno es que el cliente está dispuesto a dejarte con parte del encargo, son varios terabytes de música para que luego los vendas o te los guardes”. Le dije que no, gracias, no estaba interesado y que prefería no hacerlo, que no quería acabar como todos mis viejos colegas con un letrero pegado sobre el reguero de eso que antes fue uno.

Ramírez puso cara de desencanto. Murmuró algo que no oí. Me pasó un papel doblado que tampoco leí sino que lo guardé directamente en el bolsillo pequeño del pantalón. Se quedó mirando al suelo como sufriendo de eso que antes del Estallido llamaban “duelo”. Fue la última vez que lo vi con vida. Al día siguiente, después de una noche de vértigo en la que no pude dormir ni un miserable minuto, lo fui a buscar en su escondite para decirle que me lo había pensado mejor y que sí transportaría la carga musical para la hija del Dr. Fulano. Me encontré con la guarida de Ramírez desierta, llena de manchones de sangre y trozos de dedos sin uñas y vísceras por el suelo.

Me fui a casa con el pánico de sentirme perseguido por todos los Mercs de Refundación. Cuando llegué a casa y cerré con triple llave, me tumbé en la cama a llorar y ahí fue cuando caí en cuenta del papelito que me había dejado Ramírez. Busqué en el bolsillo del pantalón y ahí estaba. Lo desdoblé con torpeza y encontré simplemente una dirección escrita con el puño y letra de Ramírez, la del Dr. Fulano. Me lavé la cara. Me fui hasta la casa de Fulano.

Buenas, Dr. Fulano, vengo de parte de Ramírez. No te quedes ahí parado y entra rápido, ¿te aseguraste de que no te estuvieran siguiendo? Sí, es decir, que sí me aseguré y no me están siguiendo. Me imagino que sabes exactamente para qué estás aquí. Sí, bueno, creo que para lo del paquete que le quiere mandar a su hija en el fin del mundo. ¿A mi hija?, qué hijo de puta Ramírez, viejo zorro. Ramírez está muerto, Doctor. Sí, me imaginé, una lástima, pero bueno, te tenemos a ti y tenemos el material para que te lo lleves. ¿Y cómo me lo voy a llevar, Doctor, no ve que me deben estar cazando? Yo lo único que necesito es saber si estás dispuesto a ser el Filan de este encargo, del resto me ocupo yo. Sí, Doctor, estoy dispuesto a llevar el paquete para su hija, se lo debo a Ramírez. Coño de su madre Ramírez, “el paquete para mi hija”, qué cabrón.

El Dr. Fulano tenía una técnica para esconder la información prohibida. Me explicó que los escáneres de los Mercs leían bien si el paquete iba alojado en el cerebro, en el pecho o incluso dentro de los huesos; pero que él sabía dónde ocultarlo para que fuera invisible para la tecnología de los Mercs. Bueno, y que luego en destino se vería la manera de sacarlo de allí. 

¿Y dónde va eso, Doctor? Eso ni tú lo puedes saber, es lo más seguro para el paquete y sobre todo para ti. Pero entonces cómo voy a saber entregarlo. De eso se encarga la destinataria de la información, ella sabrá qué hacer y cómo. Maldita sea la música. Ven, recuéstate aquí, vamos a sedarte, dejemos de perder el tiempo y procedamos con la intervención.

Cuando desperté ya el paquete había sido alojado. Millones de terabytes de música estaban escondidos dentro de mi organismo; quién sabe dónde, pero ahí estaban.

Está usted lleno de música, joven, eso es vida. Juro solemnemente que hago esta entrega y me retiro, no volveré a ser Filan en mi puta vida, me meteré a Merc que es más fácil y lo pagan mucho mejor. Vaya a ser su entrega, del futuro ya nos ocuparemos más tarde.

Confirmamos la dirección de entrega y salí hacia mi destino. Con miedo, con la paranoia de sentirme seguido por millones de Mercs implacables, pero curiosamente sintiéndome también más enérgico y lleno de vida que nunca.

Y fue un viaje sin contratiempos, pasé todos los controles de seguridad y fui escaneado por decenas de Mercs que porfiaban: “Tú estás escondiendo algo, hijo de puta, seguro que eres un Filan”; pero luego, aunque a regañadientes, me dejaban en paz porque no encontraban ni rastro de lo que estaban buscando.

Llegué casi un mes más tarde al punto exacto ubicado a dos mil kilómetros más allá del fin del mundo. Antes de siquiera llegar a tocar la campana salió a recibirme una mujer joven de una hermosura lejana, como oculta debajo de varias capas de angustia.

¿Eres el Filan que trae el paquete de mi padre? Sí, soy yo, vengo de parte del Dr. Fulano, tu papá, que me metió esto quién sabe dónde porque ni los Mercs ni yo tenemos la más puta idea de en qué parte lo escondió.  No te preocupes, yo sí sé. ¿Y sabes cómo sacarlo también, no? Sí, yo sé cómo hacerlo, aunque no lo haya hecho nunca antes en la vida. Ah, pero qué bien.

Nos sentamos a la mesa, cerca de la chimenea, me sirvió un plato de comida caliente de esos que uno jura que son leyendas de la era pre-Estallido. Me puso también una copa de un líquido de un rojo intenso, se sirvió otra para ella: “este vino es hecho en casa, con mis propias uvas de mi parra, mi padre me envió la información para aprender a hacerlo”. Estaba bueno ese vino. Nos tomamos una botella entera entre los dos. Se sentía bien estar allí, con el vino que mareaba un poco, el calor que se desprendía de los leños encendidos en la chimenea, ella que bajo esa luz amarillenta y el efecto del vino se iba sonrojando en la misma medida en que perdía las capas de angustia.

¿Estás listo para liberar el paquete? Me imagino que sí, me pongo en tus manos. Ven, vamos al cuarto que estaremos más cómodos. ¿Sabes bien lo que hay que hacer? No, no tengo idea, aunque creo que sí.

Antes de tumbarnos en la cama puso sus labios sobre los míos, me abrió la boca buscándose espacio con la lengua y me la metió hasta hacer un tirabuzón con la mía. Se desvistió, me desvistió y con la misma boca –aún más buena que el vino- buscó algo hinchado y caliente que por primera vez en la vida me había crecido hasta hacerme más grande, más largo, más fuerte. No sé qué exactamente era lo que estábamos haciendo, pero esta tenía que ser la prohibición más grande entre todas las de la Refundación. Luego cambió la boca por algo aún más húmedo y cálido que tenía entre las piernas, se movió encima de mí mientras yo me metía en la boca sus pechos. Hubo un estallido, nuestro propio y personal Gran Estallido, hubo gritos, gemidos, gruñidos, se quedó encima de mí hasta que dejé de ser grande.

¿Sabes algo, querido Filan? No, yo soy Filan pero no telépata. Que yo no soy hija de ningún Dr. Fulano, mi padre se llamaba Ramírez. ¡Coño de la madre, perdona, pero qué hijo de puta Ramírez! ¿Y sabes otra cosa? No, querida, ahora mismo soy aún menos telépata pero sí mucho más bruto. Que hay que asegurarse de sacarte toda la información, una y otra vez, hasta que estemos seguros de haber entregado el paquete.

Luego de asegurarnos mucho, pero mucho, el paquete llegó finalmente a destino algunos meses más tarde. Y se llamó Emma. Y ha crecido, la nieta de Ramírez, el Filan más grande y generoso de la historia. Ahí está mientras escribo estas líneas sacando música de toda la batería de ollas de su mamá y de instrumentos que ella misma ha construido. Toca, repite, arma melodías, anota lo que hace en papel.

¿Qué haces, Emma? Componiendo, papá.

Y no sé a qué se refiere exactamente, pero estoy seguro de que se trata de algo cargado de sentido.




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