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Channel: Pandilla Chang de jóvenes narradores
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Mala prensa

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José Javier Rojas



El editor me asignó la pauta con muy mala sangre. Era yo nuevo en el trabajo, pero era también el más viejo de toda la redacción: incluso los jefes de página eran más jóvenes que yo. Solo en talleres y en administración había a quienes trataba de señor o señora. Del resto, me sentía como en las piñatas que mis hermanas les hacían a mis sobrinos cuando eran chiquitos. Como el anacronismo que soy, el trato con los jefes era una mezcla de respeto con desconfianza y asombro. Casado después de viejo tras una soltería irreductible, y con berreantes trillizos vía milagrosa clínica de fertilidad (el amor y el interés fueron a la clínica un día...), tenía que poner comida sobre la mesa familiar. Mucha comida, al menos, más de la que  podía proveerme con mis menguados ahorros en esta inflación delirante y sálvese el que pueda. Así que con mis planes de retiro temprano idos al demonio, guardé todas mis camisas hawaianas en el closet y hube de salí a buscar trabajo en el peor negocio que existe, pero en el único que conozco a cabalidad. Reportero de periódicos que ya nadie lee.

Un amigo a punto irse a pastar con sus nietos en el extranjero me hizo el favor, le habló bien de mí a los Über-Chivos-Con-Apellidos-Con-Guiones y puso su propio buen nombre en juego. Creo que fue más por curiosidad y por divertirse a mis costillas, o por tener algo distinto de qué hablar mientras llegaba el momento inexorable de quebrar y sucumbir a los nuevos tiempos o con suerte venderle la marca a un genio de los negocios puntocom, por lo que haya sido, lo cierto es que obtuve la plaza contra todo pronóstico.

-Esa es tu clase de gente, ¿no?- me dijo, alargándome la hoja con la impresión de un anuncio en la Soldier of Fortune de agosto. En mala hora me ufané ante los mocosos de Internacionales que alguna vez trabajé hombro con hombro al lado de Walter Ramírez, el argentino corresponsal de siete frentes de batalla e incontables escaramuzas en las trincheras del periodismo lleno de víboras. Pero no puedo negar que el anuncio me intrigó apenas lo vi.

No mucho más grande que un clasificado, decía: "Invitamos a los interesados a formar parte de Mercenarios sin Fronteras" y acompañaba al arte del logo de la organización un correo electrónico y unas coordenadas de GPS.

Regresé a mi cubículo, le pedí al pasante de deportes que me trajera algo de comer cuando regresara de los chinos y me dispuse a cubrir mi pauta. Primero, envié el correo, identificándome como reportero de un medio venezolano interesado en historias militares y solicitando una entrevista ASAP. Luego, le pedí ayuda a la chica de dominicales que me había adoptado como su mascota/abuelito y le solicité que ingresara las coordenadas en un GPS. Le pareció divertido que le pidiera eso "tan tecnológico" y en un tris me mostró el resultado en su teléfono. Eran las coordenadas exactas de la redacción: era como ver esos carteles dispuestos en las rutas del transporte público de Usted Está Aquí. A ella no le pareció nada extraño, se encogió de hombros y volvió a lo suyo, pero yo estaba muy indignado por lo que me parecía una tomadera de pelo y una broma infantil sin sentido. Ya me estaba levantando para preguntarle al editor si estaba satisfecho con su bufonada, cuando entró el correo electrónico de Mercenarios sin Fronteras.

-Señor Kolchak, lo estábamos esperando. Acá le va el localizador de su pasaje de avión.

Di un respingo. Imprimí la hoja con el localizador y la llevé hasta la oficina. Entré sin tocar, puse los papeles encima de la mesa del editor y me crucé de brazos.

-¿Entonces?

-¿Entonces, qué?

-¿Cómo que qué? ¿Qué se supone que es esto?

-Pues lo que ves. Nosotros recibimos esto vía la embajada. Ingresamos lo del GPS, vimos lo que ya tú viste e hicimos lo que tú hiciste. Entonces, recibimos esto otro: - y me mostró un correo, en inglés y español, que solicitaba expresamente que me fuera asignado el trabajo a mí y no a otro reportero, prometiendo una exclusiva de la noticia y amenazando con específicas acciones contundentes si no se cumplían al pie de la letra las instrucciones en el plazo indicado- Hace dos días se cumplió el plazo para recibir tu solicitud de entrevista, y ayer un hacker desapareció todas las cuentas de la alta gerencia del periódico en el extranjero. No dejó dinero ni para un café corto. Apenas acabamos de recibir la confirmación de que las cuentas reaparecieron, completas hasta el último centavo incluyendo intereses, en cuanto mandaste el correo. Sales mañana, así que haz tus maletas.

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El vuelo hasta el hub de American en Dallas no fue otra cosa sino tranquilo. No recordaba lo bien que se viajaba en clase de negocios desde los días en que los medios venezolanos pagaban por tener reporteros en medio de los acontecimientos en pleno desenvolvimiento. Viasa siempre tenía plaza para nosotros y los pasaportes venezolanos aderezados con credenciales de prensa abrían más puertas que las llaves del Club Playboy. Tiempos idos el de los cielos tan amigables y el de las aeromozas mozas y querendonas, cuando era políticamente correcto encender un robusto para disfrutar del coñac y cortejar a las walkirias de piernas infinitas sin temer una demanda por acoso sexual o el ingreso a una lista negra de no embarque que lo vetara a uno.

Como indicaba el sobre que recibí con mi pase de abordaje, un hombre con un traje azul cruzado y botones dorados me esperaba en la salida de la terminal sosteniendo un cartel con mi nombre. Me escoltó hasta una berlina negra mate con vidrios tintados, obviamente blindados. Una vez adentro me entregó unos auriculares generadores de ruido blanco, vendó mis ojos y colocó una visera sobre mis vendas. Según las instrucciones, luego de inyectarme un poderoso narcótico, mi viaje proseguiría seguro por tiempo indefinido hasta mi destino no revelado.

Cuando desperté estaba extrañamente descansado y sin ninguna resaca ni molestia. A la breve confusión de no ver ni escuchar absolutamente nada siguió el interés de preguntarle si podrían regalarme algunas dosis adicionales del narcótico para las noches en que los trillizos se ponen intensos y a mí me da por rezarle a Herodes. Luego, de repente, el ruido blanco cesó, y una voz con acento teutón mi indicó a la vez atento y cortante, que me descubriera, como presto hice sin chistar.

La habitación estaba gratamente iluminada en semipenumbras, así que no me tomó casi nada ajustar mi visión para examinarla con detalle. Era muy amplia, y en el lugar donde habrían estado los ventanales panorámicos unas peceras con pequeños tiburones daban una sensación que saturaba de azul a la estancia. Las paredes eran de obra limpia, de concreto reforzado, formando un octógono coronado por una cúpula que me recordó al del capitolio de La Habana. En el centro, dominando la habitación, en un pesado escritorio de madera oscura, dispuesto sobre una tarima tapizada en una butaca de cuero verde estaba Alan Rickman.

Claro que no era Alan Rickman, el actor, sino un hombre que pudiera haber hecho de él, más precisamente, en la película Duro de Matar (o la Jungla de Cristal, dependiendo de a quién le crean la traducción de Die Hard). Este doppelganger era idéntico al personaje de Hans Gruber: traje con corbata, barba perilla y mohín de superioridad perdona vidas incluidos. Estuve a punto de soltar la carcajada, pero me contuve a tiempo. Sabía de sobra que las finanzas del periódico no daban para costearse una broma tan elaborada a mis expensas, y que de haber tanto dinero en arcas, pues con mucho que se lo habrían gastado los señoritos en putas y cocaína (que fue como quebraron el periódico que heredaron de sus abuelos, para empezar).

Rickman se estaba sirviendo un whisky seco y me convidó con un gesto a que me incorporara e hiciera lo propio en el bar junto al escritorio. Luego de tantas molestias para traerme hasta allí, no estaba yo para remilgos y me serví sin timidez. Di un sorbo largo y pasé a hacerle la pregunta estelar que justificaba mis largos años de estudio en las mejores universidades, de las que nunca me gradué, como todo buen periodista que se respete de tal.

-¿Por qué?-, así abierta y sin mayores detalles, que para hablar, que hable y hable tendido el entrevistado.

-Verás, amigo Carl, ¿puedo tutearlo? ¿No? Disculpe usted. Siento que lo conozco de toda la vida por haber crecido leyendo sus crónicas. Es un honor hablar con uno de ustedes, uno de los antiguos, de los últimos que quedan de una especie en vías de extinción. Resulta tan fácil engatusar a los tarados que firman ahora y tienen la desfachatez de hacerse llamar corresponsales. Mire esto, acá en el Daily Telegraph, sobre el ataque con armas químicas en Damasco: "Información no confirmada"¿Qué es eso? Pues que publican exactamente eso. Están reconociendo que no tienen idea de qué es lo que publican y tras el fiasco de las armas de destrucción masiva que nunca existieron que hizo añicos la credibilidad de la mayoría de los medios occidentales no se atreven a afirmar nada que no puedan desmentir inmediatamente para no quedar en evidencia.


Me estaba divirtiendo como un enano con Rickman/Gruber. Echaba en falta el grabador, no porque lo usara para trabajar, sino porque me hubiera gustado tener evidencia física de la declaración que acababa de escuchar para restregársela en la cara a unos cuantos mequetrefes de la redacción  y porque estaba prohibido expresamente traer uno en los términos que nos dictaron para la exclusiva. Apuré el resto del whisky y me serví otro, triple esta vez.


-No tenía ningún sentido que enviáramos un comunicado a esta gente, o que convocáramos a una rueda de prensa con puros periodistas de hotel. Ahora cualquiera "filtra" información y sin importar cuán descabellada sea, saltan los monitos amaestrados al oír la música del organillero Assange. Tenía que ser uno de ustedes, uno que aún valorara su propia firma y cuyo trabajo valiera algo para los conocedores, que es a quienes nos interesa dirigirnos. El gran público puede seguir consumiendo su alimento concentrado y creerse informado con ese potaje de entretenimiento surtido y teorías de conspiración, pero nuestros afiliados son otra cosa porque están entrenados en todo el asunto de contrainteligencia y manejo de matrices de opinión. Ellos sí saben diferenciar la información de la desinformación y no están para tomar nada de esto a la ligera.

-¿Qué?- Y solté mi segunda bala de plata. Puro periodismo a la Hemingway.

-Nosotros venimos de una larga tradición dedicada al negocio de la guerra. Los soldados no tenemos nada que ver con la política, eso es una corrupción moderna de la venerable vocación que nos legaron nuestros honorables ancestros. Si me permite, voy a extenderme un poco en los antecedentes para explicarme bien y hacerle entender cómo venimos a parar aquí. No soy dado al histrionismo- dijo, extendiendo ambas manos con un gesto histriónico- pero la historia que voy a contarle es la verdadera historia de la humanidad. No le ocultaré nada.

Me serví otro trago, me quedé esta vez con la botella y tomé asiento, la función estaba por empezar.
-Las guerras existen desde el inicio de los tiempos, y con ellas, nosotros, los verdaderos soldados, nos levantamos y desde entonces caminamos sobre la Tierra. Eso que llaman hoy las fuerzas armadas es un invento reciente, que data apenas desde la existencia de los Estados nacionales. El Estado Nación apenas nació ayer, con el Romanticismo y esa música espantosa. Antes de que hubiera países como los conocemos ahora, había ejércitos. Los verdaderos soldados, no los conscriptos a la fuerza ni los siervos que arrastrábamos para que nos sirvieran en el campo de batalla, ganamos las coronas que los reyes pusieron sobre sus cabezas. Y siempre lo hicimos a cambio de riquezas y comodidades. Las guerras son costosas, y muchos reyes fueron a la quiebra por empezar demasiadas campañas de conquista o tratar de reducir a sus enemigos por la fuerza. Los imperios que levantamos para ellos cayeron siempre por mala administración, por pésima política o por las intrigas de la sucesión, no por derrotas militares. Nada de eso tuvo que ver con nosotros, pues cada vez que un soberano requería de nuestros servicios, allí estábamos para cumplir con nuestro trabajo, siempre y cuando honrara nuestros honorarios.

-Como puede notar por mi acento, señor Kolchak,  vengo de Hesse. No es casualidad que el Banco Europeo esté asentado allí: nunca buscamos la gloria de la victoria por sus fastos, sino para cubrir los gastos, con una ganancia razonable, se entiende. Washington Irving nos dio muy mala prensa, aunque no fue el único ni el primero, ese jinete suyo sin cabeza fue una historia que quedó y se arraigó en la mente de los simples y pasa de generación en generación. Nos hizo quedar como demonios escapados del infierno.  La suya fue una historia interesada, como toda historia bien contada, y para realzar a las milicias y ese rifirrafe que terminaría siendo la fuerza armada americana, Irving la tomó contra nosotros. Es una infamia el mal nombre de los mercenarios, que su sola mención sea afrentosa para quien la reciba. Nuestra lealtad está asegurada para todo aquel que pueda cubrir nuestras tarifas. Es la relación más honesta que existe. Nada de esa engañifa patria: la patria es un concepto elástico que se estira y se encoge, como las fronteras que la contienen. Los mercenarios siempre hemos trabajado para conseguir las más nobles causas, solo que lo hemos hecho  en ambos bandos del conflicto, como corresponde a verdaderos profesionales. Su propio Miranda hizo el primer intento de emancipación con un cuerpo de mercenarios, al igual que lo hicieron todas las revoluciones de independencia que dependieron de la participación de nuestros hermanos de armas. Luego, a ustedes les pasó lo que le pasó a todos esos estados nación neonatos: a diferencia de nosotros, que cobramos y nos marchamos satisfechos por la labor cumplida, los países se quedaron con toda esa soldadesca embotada con los mitos fundacionales y, craso error, a falta de otra paga, porque estaban quebrados, les dieron poder para tranquilizarlos. El poder es un pésimo tranquilizante, porque es adictivo. Y ahí están y siguen todos ellos, dos siglos después. Nadie sabe muy bien qué hacer con ellos. Todas las fuerza armadas son fuerzas de ocupación por definición: tienen secuestrados a sus propios Estados, las necesiten o no. Y créame, no las necesitan. Para eso estamos nosotros. Convocados, asistimos a la cita, cumplimos los objetivos, cobramos por nuestros servicios, y volvemos a casa. No nos interesa quedarnos en un solo lugar, no tiene sentido. Somos contratistas y vamos donde haya trabajo por hacerse. Ahí tiene a Kurosawa y Los Siete Samurais,  ¿qué son los samurais? Pues son mercenarios que cobran completo. Los ronin son mercenarios que no cobran la tarifa o trabajan por mendrugos. No debería hablar tan abiertamente de nuestras filiales japonesas, porque ellos son muy delicados con eso del honor, pero prometí que no iba a ocultarle nada.

-Mercenarios sin Fronteras es el culmen de nuestra larga tradición y el siguiente paso hacia el futuro. Algunos Estados ya han concluido que es insostenible, por ser demasiado onerosas, mantener a sus fuerzas armadas por mucho más tiempo. Ya han empezado a usar contratistas abiertamente, pero, genio y figura, no son verdaderos profesionales como nosotros, sino descartes de sus propias fuerzas armadas, con lo que complican el problema en lugar de solucionarlo. Ven el problema militar desde el ángulo equivocado. Quieren desmovilizar sus ejércitos y traerlos de vuelta a casa por presiones políticas, con lo que el problema de costos sigue su curso como ya le expliqué, y quieren volver a sus contratistas en fuerzas de ocupación en los países que han descalabrado producto de sus incursiones torpes. Con ello terminan duplicando costos. Nosotros no nos dedicamos a poner o derribar gobiernos, eso es un disparate y puede ver lo que han hecho esos chapuceros en Irak y Afganistán. Nuestra misión es, mediante el uso de fuerza letal, pero proporcional, desmovilizar cualquiera fuerza opositora en el campo, de manera de permitir la libre y segura acción de nuestros clientes. Ahora bien, como nuestro principal objetivo es generar valor a nuestros accionistas, Mercenarios sin Fronteras cumplen con su misión sin olvidar su Responsabilidad Social Empresarial, pues es un valor intangible proporcionar bienestar incluso a quienes sufren las consecuencias de nuestra actividad. El enfoque de nuestra organización es asistir a las comunidades afectadas, y librarlas de insurgentes y delincuentes que desestabilicen sus Estados. Entendemos que mientras más próspero sea un Estado, mayores recursos tendrá para contratar nuestros servicios cada vez que los requiera. A cambio, garantizamos nuestros resultados contra toda eventualidad y, tal como lo hemos hecho siempre, dejando satisfechos y en paz, literalmente, a nuestros clientes.

Ya me había terminado la botella. Los narcóticos mezclados con el licor (mala idea) me estaban dando una segunda patadita y Rickman/Gruber se estaba tornando en un vidrioso Rickman/Severus Snape. Balbucí mi última pregunta.

-¿Uh?

-Requerimos de usted que cuente nuestra historia y que desmonte tantos años de infundios. Los mercenarios somos honestos servidores públicos. Nosotros no iniciamos las guerras, las terminamos. Nosotros no damos golpes de Estado, eso es el trabajo de nuestra competencia desleal, embriagada de poder. Nosotros no quebramos las finanzas de ningún país haciéndoles gastar dinero en armas que no se van a usar y solo se sacan en los desfiles y para reprimir a sus propios paisanos: como profesionales que somos, tenemos las herramientas de nuestro oficio, y las usamos de acuerdo a la necesidad del caso. Somos el futuro de las sociedades libres, sin la opresión de las castas militares. Somos de hecho, la última esperanza de la democracia verdadera y del estado de bienestar.



Me excusé y le dije al hessiano que se había equivocado de hombre. Que debió de haberme confundido con JVR, JRD, MPP u otro paladín incorruptible de la prensa comprometida. Rickman/Metatrón desplegó unas alas enormes con una expresión beatífica y me consoló: su voz y su presencia me fulminaron con una explosión de luz celestial que iluminó la cúpula e hizo temblar las paredes.

-Usted es el único que puede escribir esta historia, Kolchak.Hemos gastado una fortuna en usted. Y ya se tomó nuestra mejor botella. Podemos darle más de nuestra receta privada de narcótico si lo desea, pero usted está en deuda con nosotros.


Tenía razón el Metatrón. Después de todo, los periodistas no somos más que unos mercenarios de la información.


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