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Channel: Galpón Chang de jóvenes poetas
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Pequeño admirador

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Jonathan Bustamante
 

Michael interpretaba la músicade una manera magistral. La facilidad con la que sus manos hacían emerger las notas al fundirse con su guitarra modelo Fender le convertía en uno de aquellos pocos agraciados con dones innatos. Sin tener la oportunidad de estudios musicales a nivel académico, sus oídos alimentaron su regalo divino y lo convirtieron en un erudito del instrumento de seis cuerdas. Así lo veían aquellos adeptos a su música que solían estar las noches de cada viernes y sábado en el local llamado El Zancudo, ubicado en una zona conocida de la ciudad capital, el lugar de moda para la movida nocturna, el templo para los sedientos de himnos. 

Cada noche de concierto para él era una locura. Junto a Jorge el vocalista de la banda, Federico en el bajo y Juan en la batería, dominaban las acciones de los posesos por el sonido del rock.

Como si de una danza pagana se tratase, los oyentes movían sus cabezas de arriba abajo al mismo ritmo de los compases, y las bebidas espirituales eran parte del culto. Su mejortema, titulado “Esta es mi moto, bájate”, era la pieza de costumbre para cerrar otra noche de sacrificio.

Michael sudaba, gritaba junto con sus fans, sus dedos se movían más rápido que nunca sobre el mástil de su guitarra. La energía y entusiasmo por parte de los presentes y de sus compañeros de grupo era increíble. Él no dejaba de repetirse dentro de sí que era su mejor noche. Culminado el repertorio, la banda compartía tragos con algunas chicas, riéndosey felicitándose unos a otros por el gran concierto realizado. De pie, a un lado de la barra, Michael se entretenía besando a una chica, cuando sintió que alguien  le tocaba el hombro derecho. Al voltear creyó que era una broma, pues no pudo divisar a nadie. Palabras que parecían emergidas de la nada, hicieron que bajara su mirada.

—Michael, eres grandioso, dame tu autógrafo —dijo el chico. Un ser a la vista desagradable, de baja estatura, un enano regordete con cabello lacio y castaño oscuro, pronunciada pollina que tapaba la visión de su ojo izquierdo, suéter negroceñido casi tatuado en su tronco, pantalones de cuero negro que ejercían tanta presión en sus piernas que probablemente para quitárselos tendría que cortarlos con una tijera. Respiraba con cierta dificultad, el movimiento de su suéter a la altura de su abdomen así lo delataba, jadeaba como un perro después de haber corrido tras la pelota.

A pesar de tal admirador, Michael no pudo evitar sentirjúbilo ante la petición del autógrafo. El “gnomo” estiró ambas manos sosteniendo en una un papel y en la otra un bolígrafo. Michael rápidamente estampó su firma y, antes de culminar una frase de agradecimiento, le preguntó:

—¿Cómo te llamas?
—Simplemente llámame tú más grande fan —dijo sin pestañear su único ojo visible: la pollina caía seca sobre su rostro como la lengua de un perro muerto.

Salió del local ya pasadas las 2 am. Tomó un taxi. La cantidad de alcohol en su organismo continuaba la celebración, se reía para sus adentros. Al bajar del taxi, no esperó el cambio, llegar rápidamente al excusado era prioridad. En su andar torpe camino a su residencia vio una pequeña sombra que rápidamente se puso detrás del árbol ubicado al costado de la entrada de su hogar. Michael se detuvo un momento tratando de visualizar aquella sombra. Quizás era un perro o un gato. Reanudó su impreciso andar hacia la puerta principal, no podía contener la risa, esa burlona y ridícula que toda persona en estado de ebriedad produce. La llave en el picaporte. Un dolor agudo en la cabeza.

El retorno de la conciencia. Dolor intenso y un líquido viscoso como cortina ante sus ojos, sus párpados pesados, manchas de sangre en su camisa. Quiere agarrarse la cabeza, serenar su dolor, pero sus manos están atadas al espaldar de una silla. Trata de mover sus piernas, pero también están atadas. Su vista desenfocada muestra una pequeña figura, gruesa, con dos cachos, uno más largo que otro. No puede creer lo que sus ojos le presentan. Aquel demonio con cachos sumido en la oscuridad es el regordete pigmeo. Aquel enano siniestro mostraba con una mano en alto su puño cerrado y con la otra la guitarra Fender como si de una bandera gloriosa se tratara.

—¿Qué tal me veo? Parezco un Dios del metal, un verdadero guitarrista, incluso mejor que tú, ¿cierto?

El dolor no le permitía decir palabra alguna, el efecto del alcohol sobre su cuerpo ya se había disipado, en su mente la confusión ante el miedo y la sorpresa imperaban.

—No quieres decir nada por lo visto. ¿Sabes?, yo sería mejor guitarrista que tú, de eso no tengo duda. Tu silencio me da la razón.

Sin verlo venir, recibió una gran bofetada que le estremeció por completo.

—Además —dijo apretando los dientes—, no  respetas a los que valoran tu talento, ni siquiera eres digno de que sea tu fan. Mírame —le soltó agitando un papel en la mano derecha—, aún me debes una foto a tu lado para complementar el autógrafo.

No podía asimilar lo que le ocurría, hacía un rato que se encontraba en el local tocando su guitarra y conquistando chicas. Ahora era prisionero en su propio hogar, agredido por una persona que tenía la mitad de su tamaño. Su ventaja era nula ante las ataduras que lo envolvían. Los nudos como candados alrededor de sus extremidades impedían cualquier intento por aflojarlos.

El pequeño, aquel diminuto bastardo que podría haber sido engendrado por Gene Simmons de KISS,empezó a dar vueltas alrededor de él. Simulando con la guitarra sonidos sordos e inconexos. Por momentos se topaba con la pequeña lengua del enano cercana a su rostro, con su desagradable aliento. Sus piernas luchaban por aflojar las duras ataduras. Aquel ser hecho a la mitad seguía concentrado en su gran actuación, danzando como un caníbal alrededor de una hoguera a la espera del plato del día.

John Lennon y Dimebag Darrel fueron víctimas de fanáticos psicópatas. Eran músicos con el poder de influenciar a las masas, sus temas cambiaban vidas. ¿Cómo un desconocido como él se encontraba en semejante situación?

—Hora de la foto, ya casi amanece y no quiero que me agarre la luz del día. Te haré inmortal, serás recordado. He sido tu fan desde tu primer concierto en El Zancudo. Mereces estar en el mismo club de Jim Morrison y Hendrix.

Mereces estar en el mismo club de Jim Morrison y Hendrix. Esas palabras le helaron la sangre. Días atrás en su perfil de Facebook un usuario de nombre “Leprechan” lo había halagado a la vez que lo había incitado a considerar que acabara con su vida a los 27 años. Jim Morrison murió a los 27, Hendrix a los 27. Observó el reloj en la pared. En pocas horas sería su cumpleaños.

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