- Los zombis como todo sabemos son muertos en vida; humanos que han sido deshumanizados. Una versión de nuestra humanidad pero desprovistos de alma y cerebro, sin esa esencia -difícil de explicar, prácticamente inverbalizable- que definiría a lo humano. Si estamos de acuerdo en que “la razón” es lo que caracteriza a los seres humanos (además de su condición de bípedos implumes) los zombis serían entonces seres humanos pero sin capacidad de raciocinio, una especie de animales antropomorfos guiados meramente por lo instintivo. Esto nos llevaría preguntarnos por qué demonios los zombis no se reproducen entre ellos. Y, sobre todo, por qué nunca vemos orgías zombis cuando debería ser la cosa más natural del mundo.
- Basta con una mordida de zombi para convertirse en uno de ellos. Los zombis son la metáfora satanizada del amor-delirio, el amor desquiciado, el amor absoluto (eso que los franceses llaman l’amour fou). Al final, si nos quitamos las caretas y nos dejamos de pendejadas, todos quisiéramos ser como los zombis: tener el poder de transformarle la existencia al objeto del deseo a mordisco limpio. Te deseo tanto y te tengo tantas ganas que te quiero comer, entrarte literalmente a dentelladas. Y luego de que te arranque la piel a jirones quedarás marcada, convertida para siempre, serás como yo y yo viviré en ti.
- Los zombis –si nos remitimos a las evidencias literarias, cinematográficas, televisivas y comicográficas- son seres gregarios que jamás se atacan entre ellos ni se sabotean ni se hacen zancadillas entre sí. Diseñan sus estrategias colectivamente y suman esfuerzos sin egoísmos ni caudillos para lograr un único fin común: cazar a los humanos para devorárselos y/o convertirlos en nuevos miembros del clan de los muertos en vida. Mikhail Bakunin, de hallarse vivo, estaría profundamente esperanzado con los zombis pues tienen madera –mucho más que los humanos- para construir verdaderas comunidades anarcosindicalistas.
- La noche de los muertos vivientes (George A. Romero, 1968) sembró –o, más bien, puso en evidencia- un temor humano aún más grande que el provocado por los zombis: el pánico primigenio que producen esos lugares que se suponen deben estar siempre atestados de gente y de pronto se nos aparecen vacíos. Más que a los otros muertos en vida le tememos a la propia soledad extrema; porque la soledad en su estado radical nos convierte a nosotros en muertos en vida habitando en un mundo desierto. El muerto en vida a quien más le tememos es a nosotros mismos.
- La única manera de acabar con un zombi es disparándole a la cabeza o cortándosela. Toda una ironía este asunto de que la única manera de matar a un descerebrado sea desconectándole el cerebro.
- La mezcla de un zombi con un humano resultaría en un muerto en vida con apariencia humana. Como tantos que conocemos ya en este mundo. Cosa que nos hace pensar que muy probablemente la humanidad contemporánea no es otra cosa que el resultado del apareamiento masivo de zombis con nuestros ancestros humanos. Un experimento que, como suele pasar, se le salió de control a Dios o a los extraterrestres.
-Un zombi muy filántropo llegaría a cometer autofagia. Preferiría comerse a sí mismo, en un acto inaudito de canibalismo autoinflingido, con tal de no dañar a los seres humanos.
- En un mundo dominado por zombis, donde el apocalipsis ha sido ya consumado y la humanidad definitivamente erradicada, los más fuertes de entre ellos buscarían la manera de ejercer la zombicracia devorándose primero a los muertos en vida más débiles y más tarde procederían a caerse a dentelladas entre sí mismos. De esa manera se cumpliría una vez más la máxima hobbesiana, que se reformularía: el zombi es el lobo del zombi. Y Los humanos -en ese contexto y de quedar algunos pocos en pie- no serían otra cosa que un entremés, un bocadillo menor o una guarnición.
- Sin embargo, y en contradicción con la premisa anterior, si los zombis carecen de voluntad y de capacidad de raciocinio entonces quedaría anulado el grandísimo maleficio que según la psicología moderna aqueja a nuestra humanidad: el ego. El mundo de los zombis quedaría liberado de todos los egos. Nadie querría ni necesitaría ser más que nadie, nadie impondría sus ideas sobre los demás (principalmente porque no habría ideas). Tal vez el mundo que siempre hemos soñado: un mundo igualitario, sin guerras, sin abusos de poder, sólo sería posible en manos de los zombis. Ellos serían, valga la paradoja, la salvación para este planeta. Un verdadero cambio de paradigma. Los zombis significarían la única posibilidad de evolución para una humanidad imperfecta que no supo hacerlo bien y que deberá entregar el testigo a otros que seguramente lo harán mejor. Son la generación de relevo, he allí el porqué les tenemos tanto miedo.