Caen como moscas en Europa. Caen como moscas en América. Caen como moscas en Asia. Es de suponer que también están cayendo como moscas en África.
Una noche apoteósica como todas las que no se repetirán alguien desesperado o tradicionalista o bromista o borracho o audaz, alguien hambriento de pureza en cualquier caso, se comió un murciélago en Wuhan y se contagió de mí: Iván Rojo.
Alguien hambriento se comió una rata con alas en un puesto callejero perdido en la milenaria China e Iván Rojo, siempre atento, aprovechó para dar el gran salto: para expandir su imperio: pasó de habitar en silencio organismos descerebrados a invadir y extenderse a gritos por el glorioso cuerpo, la gloriosa sesera de los hombres.
Hombres y mujeres amarillos, primero, con ojos suspicaces y fe en el poder del colectivo. Hombres y mujeres chinos, coreanos y japoneses que echaron mano de su ancestral disciplina castrense para intentar contenerme.
Acorralado en la capital de la provincia de Hubei, acorralado en Seúl, acorralado en el país del sol naciente, buscando la sombra de los neones, sufrí. Temí el fin de mis días, porque eso es algo que siempre aterroriza a una buena mente.
Pero eludí los controles con discreción y elegancia, y eché a rodar por las inmensidades asiáticas, por las estepas, incontenible. Porque una buena mente siempre se las ingenia. Porque Iván Rojo se las apaña, avanza, se propaga, penetra y viola lo que le es vedado.
Bellas partículas de mí se extendieron como esporas por las carreteras infinitas, superaron montañas, cordilleras, besaron la nieve alta como grullas alegres. Como esporas, repito, o aviones de Lufthansa, de British Airways, de Iberia viajaron en el viento rumbo al viejo continente.
Siguiendo la ruta abierta por la antigua peste, fue aquí, en Europa, donde y cuando se me empezó a tomar en serio. Qué espectáculo el pánico italiano, el pánico español, el pánico francés. Qué hermosura mi nombre en la boca húmeda de Angela Merkel.
Los líderes, todos los líderes de Occidente llamando a la guerra santa contra Iván Rojo. Europa atrincherada en sus lujosos salones de edificios históricos en insignes bulevares. Europa atrincherada en cuartuchos de pisos de alquiler compartidos en barriadas mortales.
La Unión Europea, y la Zona Schengen, y el mismísimo Vladimir Putin en el Kremlin, cerrándome a cal y canto en las narices la puerta de sus dulces vidas.
Sí, la Unión Europea contra mí, la OMS contra mí, la OTAN contra mí, el Papa de Roma contra mí. Propaganda oficial contra Iván Rojo. Publicidad corporativa contra mí, que solo sigo mi instinto. Que solo persigo lo que es mío. La sangre. El amor. La energía.
No importa, ya me odiaban en Escocia antes de esto. Ya me odiaban en Portugal, ya me odiaban en Francia. Ya me odiaban en Holanda. Incluso me odiaban en España.
Confieso: mucho antes de esto ya había hecho daño. Como todo. Como todos. La lista es larga. Valencia, Coruña, Madrid, Jaén, Campillo de Altobuey, Jerez de la Frontera. Etcétera. Id y preguntad. No miento.
Ahora científicos del mundo entero se afanan en encontrar la vacuna. Mi vacuna. La vacuna contra Iván Rojo. Una parte de mí les desea el mayor de los éxitos. Una parte de mí se presentaría voluntaria para testarla en humanos.
La otra parte, la de la risa, solo piensa en lo que siempre ha pensado. Solo quiere lo que siempre ha querido: conquistar América. De norte a sur. De sur a norte. Como sea. Pero conquistar América de una santa vez por todas. Estoy en ello.