Fuimos con Bobby Perú, el enviado de los Chang. Bobby Perú sonreía y nos decía que allá en el faro vivía y bebía Max Schreck. A ratos Bobby Perú se parecía Willem Dafaoe. Pero nadie se puede creer que Willem Dafoe ande relacionado con unos chinos deletéreos como los Chang. O sí, la verdad que sí, Dafoe tiene se estilo. A veces incluso se parece al Guasón. Quedaría magnífico de Guasón. Con tal que no se convierta en un machacador de conciencias ególatra como Joaquín Phoenix todo bien. No queremos más lloricas famosos sobre este planeta.
El hecho es que Bobby Perú nos llevó hasta el faro. Vimos en la distancia, entre la niebla, lo que pareció ser la señal de Batman. Salió de la lámpara de Fresnel, allá en la cima.
Entonces Bobby Perú nos informó que los Chang no vendrían.
Y que estábamos condenados a la locura de los salvadores.
Al encierro de los redentores.
Que el caracol del faro eran los círculos del infierno.
Que la luz del faro era el ángel terrible de Rilke.
Que el faro era el fin del mundo.
Que el faro era el zen de los mares.
Que llevamos el naufragio dentro.
Que el amor es un naufragio.
Que los dragones también naufragan.
No entendimos nada. Bobby Perú se echó a reír carcajadas sin dientes.
Arriba, recortado por la luz del faro, creíamos ver a Batman. O a Nosferatu.
Bobby Perú declaró que ya era hora de irse, que ya su maldito trabajo como farero había llegado a su fin, que nos encargáramos nosotros de toda esa mierda.
—Acá dentro habita la locura. Ya irán conociendo a sus espectros.
Luego se fue yendo, a risotadas de nuevo, al tiempo que escuchamos que del interior alguien rasgaba la puerta del faro.
—Son nuestros colaboradores —declaró José.
—Somos nosotros —repliqué yo.
Callamos.
El faro de los hermanos Chang quedaba a nuestro cargo.
Bobby Perú, en la distancia, se pegó un tiro.
Que Dios los agarre confesados,
Fedosy Santaella y José Urriola, fareros.
Que Dios los agarre confesados,
Fedosy Santaella y José Urriola, fareros.