Javier Camacho Miranda
Ya puedo escuchar sus murmullos al otro lado de la pared. Golpean la puerta incansablemente, pero el hierro de la misma y un candado improvisado en su base los mantendrá ocupados durante unos minutos más. El descontrol de sus alaridos me conduce a deducir que son cazadores. Sortearon diferentes obstáculos colocados a lo largo de la casa para llegar al vestíbulo que precede a este sótano. Poco podían hacer algunas trampas para zorros frente a la animalidad reinante de su instinto asesino. Están sedientos de destrucción, y eso multiplica la efectividad de sus sentidos. Disfrutan con el caos. El desorden los regocija. Y estoy seguro que todos pueden sentir mi temor.
Por las diferentes voces comprendo que son demasiados para hacerles frente. Queda esperar, y comprender lo irremediable. El mundo siempre ha sido confuso, pero desde el rompimiento de la tregua esa confusión se ha transformado en una desconcertante carnicería.
Era de esperarse que luego del apocalipsis zombi, al cual todavía no se le atribuye una causa específica, las discrepancias se hicieran latentes. Diferentes manifestaciones literarias, televisivas y cinematográficas de los últimos siglos causaron que las primeras camadas de muertos vivientes se comportaran de forma soez. “Los zombis comen gente”. “Los zombis son autómatas quejumbrosos”. “Los zombis solo destruyen”. Y en base a esas teorías los primeros ingenuos que se levantaron de las tumbas justificaron su actitud de estúpidos sórdidos y babeantes, a pesar de que la gran mayoría contaba con su cerebro completo y en óptimas condiciones.
---
Al inicio de la guerra la cantidad de pérdidas en ambos bandos se tornó alarmante, por el miedo inicial que infundían los “no vivos”, hasta que éstos comprendieron que había un punto que los diferenciaba de las proyecciones artísticas realizadas en el pasado. Ciertamente, estaban muertos en vida, pudriéndose conforme avanzaban los días. Pero no eran autómatas, y tampoco padecían de las pulsiones asesinas que les atribuía la ficción. Inicialmente se comportaron así por asociación mental. Por costumbre o quizá por reflejo. Y al percatarse de que estaban en la capacidad de razonar lograron un primer acercamiento hacia los cánones del orden general reinante para el año 2027.
Solo unos pocos zombis culminaban totalmente lúcidos su proceso de reanimación. Casi todos regresaban perdidos mentalmente, por un período de tiempo variable. Algunos psicoanalistas de renombre acusaron esa ausencia de memoria al shock que sufrían cuando despertaban encerrados en un ataúd.
Las campañas de concientización generalizada no se hicieron esperar, y diferentes organizaciones no gubernamentales se encargaron de aminorar los traumas sufridos por los nuevos huéspedes terrenales, al organizar operaciones coordinadas de profanación de tumbas a lo largo del globo, para verificar signos vitales. Los cementerios eran ocupados por grupos de voluntarios, que se encargaban de los procesos de excavación y bienvenida, para luego agilizar las diligencias básicas de reinserción social.
Así llegó una primera luz de esperanza. Y la vida terrenal adquirió un verdadero sentido de la eternidad. Vivíamos, moríamos, y volvíamos para seguir viviendo. Era una máxima práctica y directa. Sin embargo, el comportamiento humano siempre ha buscado alejarse de la sencillez, y las diferencias retornaron cuando una cantidad considerable de “no vivos” comenzó a destacarse públicamente, alcanzando posiciones altas y respetables en los campos de la política, el arte, la ciencia, la economía y los deportes, por nombrar tan solo algunas categorías.
El repunte de talento en los muertos vivientes confirmó que estaban en la capacidad de realizar cualquier trabajo desempeñado por los humanos. Por ende, la crisis laboral reapareció en el mundo con una velocidad pasmosa, y en los primeros meses del año 2034 una combinación letal de preceptos religiosos, morales y estéticos se conjugaron para ponerle fin a la tregua, asentando el instinto asesino dentro de las conciencias de su verdadero origen. El apocalipsis se transformó en holocausto, y el levantamiento se terminó de consumar.
---
Los violentos, en esta oportunidad, están luchando con una furia redoblada. En menos de dos semanas pusieron en práctica sus artes bélicas, y se tornaron como los claros favoritos en una contienda que ya estaba demarcada a su favor, teniendo en cuenta los beneficios genéticos de su condición, y los incontrolables torrentes de ira que pueden desatar sus episodios coléricos.
Escribo estas apuradas palabras a modo de testimonio final, aderezado con algo de protesta e iluminaciones martirizantes. Sé que cuando la puerta que tengo al frente ceda los cazadores se abalanzarán sobre mí para continuar erradicando la plaga. Lo han venido haciendo exponencialmente desde el surgimiento de la rebelión, y yo he sido desde el principio uno de sus objetivos principales.
No apoyo el enfrentamiento directo. Nunca he dejado de velar por los derechos de todos los seres, siempre de forma pacífica. Primero con mi condición de ciudadano regular, y luego desde el exilio. Creo en una realidad igualitaria y multiplicadora. El empuje inicial de la crisis lo pudimos haber superado con el trabajo conjunto. Pero esos salvajes nunca estuvieron a favor del diálogo. Siempre han sido impacientes y egoístas.
---
Hace seis años fundé la Escuela Progresista María Montessori, en las afueras de la capital del distrito #57. Sufro igual que aquella inmortal educadora, que fue reprendida por la dictadura de Benito Mussolini. Nuestros métodos de enseñanza nos arrojaron en épocas distintas hacia callejones sin retorno. Pero la huella -esa marca imborrable dentro de los libros de historia, y ahora también estampada en las maravillas de la web 5.0- quedó plasmada para Montessori. Y con un poco de justicia algo de mi trabajo en su honor logrará borronearse en los recovecos del conocimiento colectivo.
---
Nuestra institución tenía la particularidad de ser frecuentada solo por zombis, de distintas edades. Los “vivos” no estaban excluidos. Intenté a través de exhaustivas campañas agregarlos en los cursos, pero ellos se sentían superiores. Totalmente ajenos a los métodos de enseñanza que poníamos en práctica. Atribuyo esa apatía a sentimientos como la desconfianza, el miedo, o simplemente un asco natural.
Si analizamos la educación contemporánea con detenimiento podemos inferir que perdió el sentido desde hace más de diez años, a causa de una serie de matanzas múltiples perpetradas por un conjunto de pandillas juveniles, todas pertenecientes a escuelas secundarias ubicadas en la zona norte del distrito #50. El resultado de aquella catástrofe fue la imposición de reglas estrictas para la enseñanza, inspiradas en el modelo Teórico-Correctivo, promovidas por el Gran Priorato de Occidente, gracias a los impecables resultados disciplinarios que arrojaron las primeras proyecciones.
En la Escuela Progresista María Montessori no utilizábamos los sistemas de premios y castigos. Tampoco estimulábamos la competencia. Los salones estaban organizados como grandes espacios de trabajo, equipados con mesas adaptables al tamaño de los alumnos. Largas estanterías con los materiales de cada área a desarrollar rodeaban todos los sectores. Y las herramientas eran organizadas de forma sistemática, bajo un cuidadoso orden de dificultad.
Los profesores éramos solo cinco, y nuestro papel principal estaba basado en guiar a cada estudiante de forma individual, sin imponer lecciones, estableciendo un canal recíproco de comunicación con los mismos. Las actividades diarias se centraban en la lectura selectiva, conversaciones, debates, esfuerzos de trabajo cooperativo, clases de música, deportes y actividades lúdicas relacionadas con el arte pictórico.
Conforme los alumnos avanzaban en sus destrezas, podían optar por un pase permanente a la biblioteca de la escuela, en donde contaban con una bibliografía y una colección cinematográfica suficientemente extensas como para cubrir los aspectos básicos de la historia universal, y comprender la evolución de la humanidad hasta ese momento.
---
A primera vista parece una filosofía educativa ingenua, pero las pruebas del éxito nos catapultaron hacia el prestigio mundial, iluminando los futuros de incontables muertos vivientes decididos a aprovechar plenamente su segunda oportunidad. El rápido ascenso en la escala social por parte de nuestros estudiantes generó la atención de la opinión pública, con su carga fija de escepticismo. Y el resto es historia. Es rebelión, causada por la intolerancia. Y es violencia, como consecuencia de la envidia.
---
En estos momentos de apremio, no puedo sino recordar unas palabras que compartió conmigo la profesora Montessori, a finales del verano del año 1917, cuando entregué mi investigación final para obtener el grado de educador. Las escribió junto a las conclusiones del trabajo, y volvieron a mí tan pronto supe que los rebeldes ya estaban en la entrada del refugio: “El niño es una abstracción filosófica inexistente. En las escuelas hemos tenido hasta ahora como principio de justicia la uniformidad niveladora de los escolares. Una igualdad abstracta que lleva a todas las individualidades infantiles hacia un tipo que no puede ser llamado ideal porque no representa un ejemplo de perfección. Creo que estamos ahora en el umbral de una nueva época; aquella en que será preciso trabajar para dos humanidades distintas: la del adulto y la del niño. Y vamos hacia una civilización que deberá preparar dos ambientes sociales, dos mundos distintos, que deben tener sus propios límites y, a su vez, aceptarse y entenderse como uno solo”.
---
La puerta ya está en el suelo. El candado reventó luego de una serie de golpes secos, y tengo frente a mí a cinco cazadores, enfundados con sus mejores armas. No usaron dinamita. Eso significa que quieren confirmar la identidad de su víctima.
Tapan sus narices y me observan directamente a los ojos, pero yo esquivo su mirar, ya que dibujan expresiones de asco y asombro, como si nunca hubieran contemplado desde tan cerca las marcas de la descomposición corporal. Tengo más de una semana encerrado, y aunque la alimentación no es esencial para mí, siento el cuerpo totalmente vacío. He vivido en dos épocas distintas, y las conclusiones que me llevo de ambas experiencias son considerablemente desalentadoras.
Uno de ellos, el más joven, le exige al resto que me deje finalizar el testamento. –No es un testamento –aclaro: –Son una serie de pensamientos desordenados, que intentan dejar en evidencia la singular, cíclica y reinante ignorancia de la mente humana–. Los cinco levantan sus escopetas clásicas en sincronía. Apuntan a mi cabeza. Ya no siento temor. Puede que en algún otro momento nos volvamos a encontrar.
1892-1967
2027-2034