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De “El pobre por(venir). Diario (inédito) 2014-2018” (extractos)

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 Por Ricardo Ramírez Requena


Viernes 19 de enero de 2018
Metro de Plaza Venezuela, 7:30 am. Calor sofocante. Cientos de personas. Una muchacha, al tratar de entrar a un vagón, pierde una zapatilla. Se queda dentro del vagón y ella afuera. No cree lo que pasa. Sube a la caseta a avisar. Baja con dos empleados del Metro. Se recuesta de una columna y espera, supongo, a que alguien le traiga otro calzado.
La gente en la cola habla de otros países, pasaportes, papeles. El promedio de espera para poderse montar en el Metro, es de una hora.
En los parlantes suena música llanera, celebratoria de Chávez.
Llovizna, garúa. Blanca y Tomás con tos, todavía de comienzos de mes.
Viene a mi memoria esa época de hace casi veinte años: el Ateneo de Caracas y sus alrededores. Trabajar en esa librería fue un antes y un después en mi vida, en todos los planos, pero en especial en lo cultural. El café, el teatro, los festivales de Cine y teatro, los espectáculos, conciertos, ferias, exposiciones, todo en una misma cuadra.
Creo en los entornos culturales: el Centro Cultural Consolidado, los alrededores de la Plaza Morelos, Trasnocho Cultural, Los Galpones, Los Secaderos.
Recuerdo la retrospectiva de arte venezolano del siglo XX en la GAN. Un cuadro de Alirio Rodríguez. Un hombre extendiendo la mano, raro, curioso, atemorizante. Ese hombre es el hombre que estafa, engaña, seduce, corrompe, ofrece, pide. También el generoso, el que da. Somos todos esos hombres.
Somos todas esas manos terribles y santas.

23 de enero de 2018
60 años de la caída de Marco Pérez Jiménez.
40, luego, de democracia.
20 años de chavismo.
4 años en dictadura.
Vamos del Estado Keynesiano, al Estado Comunal.

De Daniel Calabrese

Hogueras (fragmento):

Absorto y ciego, frente al campo,
Hace miles de años que soy
Apenas
Un hombre que no puede estar solo.


27 de enero de 2018
A Dolores O´Riordan:

Mi dios es el dios de las palabras,
Pero esas palabras ya son el recuerdo.

Le diste a nuestros días tristes
La medida correcta de lo triste,
La que debe ser.
Exacta.

Nos diste un oscuro y verdadero tono.
Ese que solo merecíamos.


02 de febrero de 2018
Mes entero con Blanca y Tomás enfermos: tos fuerte y constante. Blanca ya mucho mejor; Tomás también pero todavía en tratamiento. Está largo, vivo, activo. Ya quiere caminar. Todo lo hace con contundencia. Yo en trámites para una operación menor, cerrando semestre en Letras y avanzando en la Poeteca.
Aun sin luz para ordenar poemas, o arrancar con firmeza a leer.
Día de la Candelaria.
Los avances en la Fundación son lentos, se sopesan, los reflexionamos. Nunca había comenzado un proyecto de cero, así, “con la casa vacía”.
Es agradable estar acá.
Leo y busco el tiempo que no encuentro para escribir. No encuentro el silencio para la poesía. Leo a Héctor Abad, a Westphalen, a Heaney.
Duermo mal.
Siento que la hiperinflación nos devorará a todos.
No sé si sobreviviremos. No lo sé.
¿Cuánto ha sido mi envilecimiento en estos días, años?
¿Cuál mi pérdida verdadera?
¿Quién he dejado de ser en este tiempo?
¿Qué mostraré a mi hijo en los años por venir?
¿Qué explicaciones podré darle?
¿Qué aguanté y resistí? ¿Sólo eso?
¿Eso, apenas, en este mal tiempo?


Miércoles 28 de marzo de 2018
Más de una semana con Tomás enfermo. Aparentemente, mononucleosis. Fiebres altas. Días entonces, de poco dormir. Desde el lunes ha mejorado más que significativamente y hoy está pleno y alegre como siempre. Ayer lo paseamos y le cortamos el cabello.
Aun así, ando decaído hoy, con malos sueños y una oscuridad sobre los hombros.
He leído mucho a Seamus Heaney en la edición de su poesía reunida “Campo abierto”, hecha por Jenaro Talens para Visor. “Norte”, en particular, es un libro sin igual. El estilo eléctrico y exacto de Heaney, vibrante y brillante.
También he leído “La vida continua”, de Mark Strand. Transcribo algunos textos de este último:

La vida en el valle

Como muchas otras ideas brillantes-fáciles de entender, pero difíciles de creer-, la de que detestábamos estar aquí, primero la descartamos y luego la olvidamos. Los vientos
Caprichosos
Sobre el deslumbrante lago, abrumadores, que traían un
Brillante
Polvo eléctrico, un aire ceniciento denso de hojas
-caídas, fantasmales-que ensombrecían el valle,
Intermitentes, no consiguieron echarnos
Tampoco lo hicieron aquellos momentos cuando el pálido
Sol de invierno
Hacía descender una semipenumbra sobre los cañones
Y las calladas tormentas sepultan bajo la nieve
Las estaciones invernales. La verdad, no salíamos de casa.
Los amigos dirían que las visitas-el resplandor de las estrellas
Sobre el cristal del agua-eran grandiosas. Y les dábamos
La razón,
Y llegábamos a acostumbrarnos a ver los caballos de hierro
Oxidándose.
En los campos y los pájaros, con las alas extendidas 
Sus huesos de plata incandescentes a la orilla del agua,
A lo lejos los bancos de nubes inmóviles como plomo.

Siempre
                                                                                                            A Charles Simic

Siempre muy tarde y
Con la ropa arrugada, sentados
A la mesa iluminada por una bombilla,
Los grandes olvidadores trabajaban sin descanso.

Inclinaban la cabeza, entrecerraban los ojos.
Al momento desaparecía una casa y un hombre en su jardín
Con todo un parterre de flores.
Los grandes olvidadores fruncían el ceño.
Desaparecían Florida y San Francisco,
Donde los remolcadores y gabarras dejan
Pequeñas cicatrices brillantes en la Bahía.
Uno de los grandes olvidadores prendió una cerilla.
Se fueron de los puentes las disposiciones en arpa con sus luces
Que son como la bóveda de los ríos de Nueva York.
Otro llenó su vaso
Y adiós a las muchedumbres al atardecer
Bajo el amarillo xaufre de las lámparas al encenderse.
Después desapareció Bulgaria; después Japón.
“¿Dónde se detendrá esto?”, dijo uno de ellos.
“Menudo trabajo difícil, seguir el destino
De todo lo conocido”, dijo otro.
“Hasta la última piedra-dijo un tercero-,
Cuando solo el frío cero de la perfección
Le quede a la imaginación”. Y desapareció
América del Norte y la del Sur,
Y también desapareció la luna.
Uno de los grandes olvidadores tosió
Y otro bostezó, otro mirada atentamente por la ventana.
Ni hierba ni árboles…
La llama de la promesa por todas partes.

De “Poesía narrativa” (Extracto):
Después recordé el verano en Roma, cuando me persuadí de que las narraciones en las que la memoria desempeña su papel son autodestructivas. Hacía calor y me di cuenta de que la memoria es una conmemoración de acontecimientos que no se sostendrán en el presente, por eso la memoria siempre está teñida de piedad y su música es siempre un canto fúnebre.


Jueves 29 de marzo de 2018
Jueves santo.
Ayer fuimos a misa, al igual que el domingo.
Hoy Tomás cumple su primer añito.
Como hace un año, se levantó para nacer después de la una de la madrugada. Nació a las cinco.
Aquí está, aquí llegó, el niño más dulce, alegre, enérgico y hermoso.
La razón y centro de nuestra vida.
Dios me lo guarde.

De Seamus Heaney:

Marcas (primera parte):

I
Marcábamos el campo: cuatro chaquetas para
Los cuatro postes de las porterías,
Eso era todo. Los ángulos y áreas
Estaban allí como la longitud y latitud
Bajo el suelo rugoso, para estar de acuerdo
O no cuando llegara su momento. Luego elegíamos equipo
Y cruzábamos la línea trazada entre nosotros por los nombres.

Jóvenes desgañitándose en el campo
Mientras la luz agonizaba y seguían jugando
Porque para entonces jugaban ya con la cabeza
Y el balón golpeado iba hacia ellos
Como la pesadez de un sueño, y su propia y ardua
Respiración entre la oscuridad, los patinazos en la hierba
Sonaban como esfuerzos de otro mundo…
Era rápido y constante, un partido que nunca necesitaba
Terminar. Se habían pasado algunos límites,
Había fugacidad, avance, ausencia de cansancio
En un tiempo excepcional, libre e imprevisto.

Menta
Parecía un manojo de pequeñas ortigas polvorientas
Que creciera silvestre en el gablete de la casa
Más allá de donde arrojábamos basura y vidrios viejos:
Nunca verde del todo y casi inadvertido.

Pero, para ser justos, también deletreaba una promesa
Y novedad en el patio interior de nuestra vida
Como si algo inexperto y, aun así, tenaz
Deambulara por verdes callejones y se multiplicase.

El tris de las tijeras y la luz matutina del domingo
Cuando se cortaba la menta y era amada:
Mis últimas cosas serán las que primero me abandonen.
Aun así, deja libres todas las cosas que han sobrevivido.
Deja que los olores de la menta se hagan pesados, sin defensa
Como convictos liberados en el patio.
Como los descartados contra quien nos volvemos
Por haberles fallado con nuestra indiferencia.


4 de abril de 2018
No formamos parte del 87% de la población que come de la basura y vive en la más infértil miseria.
¿Vamos bien?
Con Hernán Zamora, poeta, arquitecto y amigo. Vamos en su carro, de La Castellana hacia La Florida. Reflexionamos sobre el desarraigo, sobre cómo nos vamos desvinculando de lugares centrales en nuestras vidas. Ambos somos de Ciudad Bolívar y (yo más que él) nos hemos desprendido de nuestro lugar de origen. Yo lo hice, cuando cerró el último cine de la ciudad. Me parecía inaudito que eso sucediera en la capital del Estado. Luego, me ha pasado un tanto con Cumaná y San Cristóbal, ciudades centrales de mi vida.
¿Es esto lo que sienten miles que se han ido del país, con sus ciudades y regiones? ¿No queda el pasado imbuido de nostalgia e idealización? (También a la inversa: una honda decepción?).
Los quiebres del país tienen sus capas, sutiles, variadas, particulares.
Despedidas, desmarcajes, maduraciones. Mis ciudades se vacían (muerte de mis tíos, Noel y Yenmira; partida de mis primos fuera del país). Mi comarca, El Cafetal, sufre un deterioro atroz y es ahora solo el espacio de retiro de muchos. Sin continuidad, sin generación de relevo que se marcha.
Las partidas llevan años entonces. Sin irse.

El gobierno aisla cada vez más al país. Cierre de fronteras, salida de aerolíneas del país, etc. Vienen las elecciones que ganará Maduro independientemente de la cantidad de votos que logre Falcón, el recrudecimiento del Plan de la Patria (sapos, carnets de la patria, militarización, detenciones, exilios políticos), el Petro, el nuevo cono monetario, la separación definitiva de Norteamérica, Europa y el resto de América Latina (menos Bolivia y Nicaragua) y la entrega a las naciones árabes, China, Rusia, India.
Queda la toma de las universidades y la salida “permisada” del país.
Solo quedaría, entonces, el alzamiento general y ver qué pinta realmente, en el día a día, el despliegue internacional contra el gobierno de Maduro, que no creo llegue a nada.
Pienso en el silencio de la mañana y en el flashback de la duermevela (soñar con Tomás de pie, parado).
Es la luz entre las cuatro y las seis de la tarde.
Veo mis llaves, mis lentes y mi celular.
Recorre mis libros, pocos cada vez más, pero esenciales. Pienso en nuevos libros.
Siento el café negro, con leche, en pocillo, y el cigarrillo que debo dejar.
Pienso, veo y siento, en mí, solo una lengua rota.
Recorro El Paraíso, La Candelaria, San Bernardino; la avenida San Martín, Universidad, México, Vollmer; La Florida, La Campiña, El Bosque, Las Delicias, Chacao, Bello Campo, Altamira, Los Palos Grandes, Sebucán. Voy a El Marqués y La Urbina. Pienso en Macaracuay, El Cafetal, Los Naranjos, El Hatillo, La Boyera, La Trinidad, Las Mercedes, Concresa, CCCT.
Termino en Colinas de Bello Monte.
Siento la luz, y la brisa y el frío modesto del alba.
Abrazo a los míos; abrazo a mi ciudad y su modernidad deshilachada, su monte con concreto, su incapacidad de medida.
Recuerdo la ausencia de sus iglesias.
Camino descalzo en pisos viejos de granito.
Voy a Los Próceres a orinar al pie de sus estatuas y columnas, miro hacia Tazón o hacia La Guaira (esas fugas), hacia Guarenas (ese descanso).
Huyo de las armas de la ciudad, de su sagrada violencia.
Me siento en la sala de mi casa a ver el hotel Humboldt, tan cerca de mi ventana, ahí; miro a la UCV; miro la cruz del Ávila apagada.
Mi lengua rota.
Todo lo que amo sin dudar.
Toda la belleza del mundo que me abarca en el silencio de sí misma.



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