Quantcast
Channel: Galpón Chang de jóvenes poetas
Viewing all articles
Browse latest Browse all 341

La cura

$
0
0

 Por Fósforo Sequera



Y así llegó la primavera con una sorpresa casi imposible de digerir, como aquel boxeador que recibe un jab a la mandíbula y no logra asimilar la conexión, es el momento donde aparece esa risa involuntaria que da a entender que el knockoutes inminente.

Así, en medio de una primavera de Fráncfort del Meno, viajo en el Strassenbahn 12 que me trae hasta Willy-Brant-Platz, lugar emblemático en Fráncfort del Meno. Este lugar se caracteriza por varias cosas: Allí está un gran edificio que era  la antigua sede principal del Banco Central Europeo. A la izquierda está la icónica figura del Euro donde los turistas suelen hacerse fotografías. Frente al símbolo del Euro está el Oper Frankfurt, moderno teatro donde siempre hay actividad en predios de la ópera y la música clásica. Es un lugar concurrido, simpático. Y más allá de esto, el lugar es un homenaje al socialdemócrata Willy Brandt, destacado político alemán que fue Canciller de Alemania entre los años 1969 y 1974. Lo impresionante es que no ves una sola estatua del político, ni consignas ni proclamas. El lugar es un homenaje a su labor, más no a su personalidad. En esta zona hay unos cuantos rascacielos, y por esa razón la ciudad se le llama cariñosamente Mainhattan, un juego de palabras entre el nombre del Río Meno (Main en alemán) y la zona de Nueva York conocida como Manhattan. Por allí camino.

Paso la Eurotower y me alejo de Willy-Brandt-Platz para dirigirme hacia Hauptwache, en pleno centro de la capital financiera de Europa. Sin embargo, necesito una taza de café, de esas que te ayudan a estar alerta y te devuelven un sabor grato en el paladar. Pienso unos segundos. Estoy cerca de mi café favorito en Fráncfort. Mi rumbo ahora es hacia Wackers, el sitio donde está el café que me recuerda a mi madre, a mis afectos, a aquel café que recogíamos con los primos en la finca de Tío Oswaldo en Tierra Fría. Seguramente mi abuelo disrutaría este café con un Marlboro.

Una vez fuera del local doy el primer sorbo. Es como encender un interruptor y darle marcha al motor. Aquel sabor y aroma evocan recuerdos de mi familia y de Valencia, lugar desde donde un día partí hasta llegar a estos lares motivado a que los latidos del corazón eran más fuertes que las razones para hacerlo. Mientras camino voy saboreando el amargo café que tanto disfruto, tomo un Puro y lo enciendo. Cruzo la calle y me dirijo nuevamente a Hauptwache. Quiero sentarme un rato, terminar mi café, seguir fumando y ver a la gente pasar. No hay mucho apuro; lo que sí abundan son muchas preguntas, interrogantes que aparecen desde los cuatro puntos cardinales y cuyas respuestas, quizás, nunca podré encontrar. Sabemos que un gato solo tiene cuatro patas, pero algunos humanos lo botan porque la quinta pata no existe, una muestra de lo complejo que somos. Finalmente veo un lugar para sentarme, a unos cuantos metros de la vieja casona Hauptwache, lugar que en algún momento fue cuartel, otras veces sirvió de cárcel y que, en la actualidad, es un pintoresco café con terraza donde la gente observa y se deja ver, un sitio turístico muy concurrido. Mientras estoy sentado, saco mi cámara y hago un par de fotos. Sí, mi morral parece la famosa Bolsa Mágica del Gato Félix. En esta ciudad siempre hay motivos para fotografiar: Gente, arquitectura, calles, lugares. Sigo caminando y me mezclo entre la gente de diversas procedencias, transeúntes que van de un lado a otro tomando diferentes y desconocidos rumbos, una suerte de Naciones Unidas que cada día se ve en esta ciudad. Mantengo el paso, observando, echando ojo, aunque bajo mi boina soy uno más, un número más, una raza que busca integrarse, un credo, un extranjero, un peregrino con las alforjas llenas de sonidos, trashumante que camina hacia el encuentro de alguna nueva sonoridad, de alguna historia que contar a través de la música que hago o de las imágenes que capturo. Así camino, capeando un temporal interno.

Veo la hora y la fecha. Es miércoles. Reviso de nuevo el morral y veo que están allí mis baquetas favoritas Vic Firth SD4 Combo y un par de escobillas de metal, las cuales son mis verdaderas herramientas para elaborar sonidos, más si unos tambores y platillos aparecen en el camino. Pienso un rato y reviso la cartelera cultural de la ciudad y recuerdo que hay Jazz Session en Jazzkeller, el mítico club de jazz de Fráncfort. Es lo que necesito en este momento, es la única cura que conozco para cualquier mal. El rumbo ahora es hacia ese desconocido encuentro con el Jazz, mi verbo favorito.

Camino en dirección de la Goetheplatz, lugar donde se honra  la memoria y todo el legado de Johann Wolfgang von Goethe, poeta, novelista, dramaturgo y científico germánico  y considerado unos de los hombres más brillantes que ha nacido en estas tierras. Es un lugar abierto y amplio. Desde un extremo se observan unas pequeñas fuentes que emergen de los adoquines, sitio muy predilecto por los niños en el verano para refrescarse del calor. Al final, ya como quien va hacia el Frankfurt HOF, está la imponente estatua de Goethe, dominando todo el panorama de la plaza que lleva su nombre. Sin embargo, la Goetheplatz no siempre logra detenerme para hacer alguna foto, y eso que cada vez que camino por ese lugar hay miles de motivos para fotografiar. Sigo el paso hasta el semáforo que me dará el cruce hacia la Goethesraße, calle donde se ubican la mayoría de las marcas exclusivas como Hublot, Mont Blanc u otras. Sí, esta calle tiene lo más selecto y exclusivo en ropa, calzado, accesorios, relojes y joyas. Apuro el paso para transitar por esta calle, aunque la exclusividad de los productos tampoco logra detenerme, debo seguir el paso, como cuando estoy sentado en la batería y marco cuatro para comenzar el tema; allí no hay vuelta atrás. Sigo caminando y paso un par de cuadras hasta llegar a la pequeña plazoleta con una obra de arte que simula una clave de sol. A pesar de que no veo las cinco líneas del pentagrama, la obra sugiere música. Frente a ella está una pequeña calle llamada Kleine Bockenheimerstraße, que tiene una longitud aproximada de unos cien metros. Hay una puerta que no llama mucho la atención y que está marcada con el número 18a. Sobre la puerta está un letrero que cuelga de la pared y dice claro Jazzkeller.  Sí,el sitio que tanto me ha atraído. Debo entrar y conocerlo.

Doy unos cuantos pasos y tras el humo de un habano, un H. Upmann Media Corona que había prendido al salir del Wackers y que fue un obsequio de mi amigo Eduardo Soto. Camino hacia la entrada del Jazzkeller. No hay grandes marquesinas ni grandes reflectores. Total, eso no hace falta en los predios del Jazz. Una pequeña cartelera expone la programación del mes. Pero hoy es miércoles, día del Jazz Session, un día donde cualquier cosa puede pasar una vez que se inicia. Son cerca de las nueve de la noche y la hora de empezar se acerca. Hay que entrar, ya que la puntualidad en Alemania es una cuestión de honor.

Voy bajando las escaleras, ligeramente angostas y con una baranda del lado derecho. Al bajar unos cuantos escalones se ve el letrero que dice “Heute, Jazz Sesson. 5 Euros”. Así voy viendo afiches de conciertos pasados, fotografías, programas de mano y muchas cosas que identifican al lugar, el mismo donde Louis Armstrong destiló notas al calor de su trompeta y hasta una copa de vino tinto fue a derramarse en su traje, el mismo lugar donde Gillespie cubrió el local con todo su saber del bebop, donde Al Foster elaboró ritmos que aún permanecen como espectadores en algunos rincones de pequeño y acogedor sótano. Aquí han estado tantos nombres que hemos admirado: Chet Baker, Paquito D´rivera, Mongo Santamaría, y tantos otros que han contribuido a la historia del Jazz. Al bajar las escaleras veo la figura de un hombre en la puerta. De unos sesenta y cinco años, aproximadamente. Me acerco a él y lo saludo:

—Buenas noches. Vengo a la Jazz Session de hoy.


—Buenas noches, Bienvenido. Son cinco euros.

El hombre me ve que traigo en mis manos un par de baquetas y me pregunta:

—Disculpe, ¿es usted músico?
—Sí , soy músico.
—Pues, adelante, los músicos no pagan en el Jazz Session, son ellos quienes hacen la noche.

Mi sorpresa era grande, siendo un desconocido en esta ciudad, poder entrar gratis a la sesión era ya un logro. Paso a la barra y pido una cerveza. La persona que atiende me sirve una gran jarra con una pilsener. Apuro un sorbo y dirijo mis ojos a la tarima. Veo una batería Sonor de color amarillo ocre, un contrabajo y un piano de un cuarto de cola. Hay un hombre joven sentado al piano como revisando unas partituras. Me acerco a él a preguntar cómo funciona lo de la sesión.

—Buenas noches. Soy músico y quisiera saber cómo hacer para participar en la sesión de hoy.
—Buenas noches. Es fácil. ¿Qué instrumento tocas?
—Batería y percusión.
—Bien, nuestro grupo toca el primer set, luego hay una pausa de unos 15 minutos y después arranca la sesión. Serás el primero en tocar.

Comenzaba la cuenta regresiva. La banda de planta daba inicio al primer set con un repertorio de estándares en formato de trío. El local estaba repleto de personas ávidas del género donde la improvisación y el encuentro con lo inesperado sucede cada día. No podía ocultar la ansiedad, y eso se ponía de manifiesto en lo rápido que tomaba aquel medio litro de cerveza. Ya quería tocar, tomar las baquetas con mis manos y marcar el inicio del algún estándar. Faltaba poco para eso.

Los encargados en abrir la sesión cumplieron su objetivo con una buena y elocuente muestra de Jazz. Nuevamente me acerco hacia los músicos y me recuerdan que en unos minutos arrancará la sesión. Los nervios me visitan nuevamente y se manifiestan con el característico sudor de las palmas de mis manos. No era para menos, se trataba del club de Jazz más importante de Alemania y uno de los más importantes de Europa. 

La hora había llegado, era el momento de enfrentarme a la música que tanto amo y pregono, el momento de luchar contra mis temores y mis nervios, el momento donde tenía que demostrarme de qué material estaba hecho. Uno de los músicos me indica que es mi turno. Subo al escenario y me siento en la banqueta de la batería. Tomé mis baquetas y veía a los músicos. El saxofonista me dice:

—¿Listo? Vamos con “Straight No Chaser” de Thelonious Monk. Un poco más rápida de lo normal. Marca cuando quieras.

Y así se iniciaba la sesión. Las notas se iban destilando y el Jazz iba apoderándose del espacio. No había marcha atrás. Los músicos nos mirábamos las caras como señal de disfrutar lo que estaba sucediendo, y así fluía el tema, con improvisaciones que parecían historias sacadas de un libro de Carver, con esa comunicación existente entre quienes hacíamos la música al instante, recibiendo, en mi caso, el bálsamo que alivia el dolor de aquella sensación de knockdown que sentí al descender del Strassenbahn. Mis baquetas volaban, no podía detenerlas, y el ritmo tenía vida y voluntad propia. Miro hacia el pianista y me indica el final. Cerramos el tema y el aplauso llegaba generoso. Y allí estaba yo, un perfecto desconocido en aquella ciudad, un hacedor de ritmos en búsqueda de caminos infinitos de rica sonoridad, cual boxeador a punto deknockout que se aferraba a las líneas del pentagrama como si fuesen las cuerdas del cuadrilátero, tomando un segundo aire, recuperando la vida a través de los sonidos que el Jazz le obsequia a quienes lo cultivan.

El líder de la sesión preguntaba sobre lo que queríamos tocar. Me adelanté y dije:

—Toquemos “Footprints” de Wayne Shorter

Y la fiesta se iniciaba de nuevo en aquella primavera cargada de una sorpresa que presagiaba tomar una ruta diferente, y la música volvía a ser la fiel compañera, y la única cura. 


Viewing all articles
Browse latest Browse all 341

Trending Articles


Girasoles para colorear


Tagalog Quotes About Crush – Tagalog Love Quotes


OFW quotes : Pinoy Tagalog Quotes


Tagalog Quotes To Move on and More Love Love Love Quotes


INUMAN QUOTES


Re:Mutton Pies (lleechef)