Los hermanos Chang están de vuelta. Pasaron un tiempo distraídos, de vacaciones digamos, aunque no exactamente. Uno de ellos andaba con Elon Musk planificando viajes a Marte, aprendiendo las etimologías del español y haciendo/escribiendo un documental o algo por el estilo. Al otro le dio por andar averiguando los misterios de su nombre y por irse con David Lynch a la playa. Son inquietos estos Chang.
Pero ya están de vuelta. Por los lados de México se vinieron y montaron un taller de alebrijes. Quién sabe qué guardarán esos alebrijes por dentro, o qué químico especial ocultan las tinturas. El hecho es que regresaron, están en México y para este invierno se lanzan con su colección de alebrijes. Alebrijes de la vida, alebrijes de la muerte, pájaros fantásticos, fronterizos, animales extraños del amor, silencio que aletea, reflejos de agua que te muestran otros mundos dentro del tuyo propio. Están y no están, te buscan y no te buscan, a la vuelta de la esquina, en el maquillaje grotesco, en el museo, en la pecera, en un dibujo, en los colores de los lápices, en tu cama, debajo de ella. Allí están ellos, los alebrijes.
Los amigos de siempre y algunos nuevos nos mandaron los suyos, sus historias alebrijes para celebrar esta vuelta de los hermanos Chang. Agradecemos su entusiasmo.
Tomen asiento, y déjense llevar por los chinos y sus testaferros…
Fedosy Santaella y José Urriola, fabricantes de alebrijes.