Solo como un dato importante, quiero decirles: acá, al lado de mi hotel en México, hay un restaurante chino, que se llama Aladino. Sirve comida mexicana y lo atiende un peruano. Al entrar, en la pared principal, hay una gigantesca fotografía a todo color del Taj Mahal… Mayor sincretismo, es imposible.
Ayer tembló y tembló bien fuerte, un temblor registrado en cinco punto ocho. Las personas corrían despavoridas. Desalojaron los edificios, ya que la sacudida era grande y aquí la gente anda paranoica con los temblores. Yo también sentí el temblor bajo mis pies y pelé los ojos.
Me tomaba un café expreso en una cafetería de la colonia Roma, cuando el piso se me movió y mi café se derramó. Fue entonces cuando le escuché decir a una señora al lado mío, que la culpa del temblor la tenía La Sirena que habían traído al Museo, porque toda momia encerraba una maldición…
—¿Dígame usted señor, a qué pendejo se le habrá ocurrido traer una sirena momificada a la ciudad?
¿Una Sirena-Momia?
Yo tenía que ver eso, así que indagué sobre el asunto y supe que en verdad SÍ había una sirena en México DF, y me fui al día siguiente al Museo de la Ciudad para verla.
Las cortinas rojas, el tul negro y el terciopelo también negro ambientaban la sala. No sé por qué ese ambiente me trasladó al Moulin Rouge de Toulouse Lautrec. Quizás por este estilo de espesas cortinas rojas y el olor a humedad.
En esa sala principal, se encontraba un ataúd de madera, abierto, con un vidrio de protección, rodeado de bombillas de luz tenue cual espejo de camerino. Dentro descansaba el cuerpo momificado de lo que otrora fuese una Sirena, era La Tlachana, mitad pez y mitad mujer, ella era la señora de las aguas con grandes senos deshidratados cual ciruelas pasas. Su piel, cual cuero viejo y seco, me recordó a las momias egipcias del Museo del Vaticano, sólo que ésta de la cintura para abajo, era un pescado. Sus ojos cerrados como si durmiese, su cabello castaño que le caía sobre sus hombros. Mostraba una estrella de mar petrificada, que aún colgaba de un hilo en su cuello y llevaba atados a su cintura, también momificados, peces, acociles, ranas y ahuilotes. Unos afilados colmillos le sobresalían de sus labios mustios, cual Nosferatu. Como ya relaté, tenía los ojos cerrados, pero se sentía que ella lo estaba mirando a uno intensamente… ¡Impresionante!
También exhibían en la misma sala, la momia de un niño-ángel, como de cuatro años de edad, con viejas alas blancas emplumadas. Había un gato negro bicéfalo y un frasco lleno de formol que contenía una vulva pálida y descolorida… Sí, sí, eso: contenía un órgano sexual femenino, una totona que perteneció a una famosa bruja de Inglaterra. Pero la Sirena era la Sirena. Ella era sin dudas la atracción principal, creo que aún emitía su canto hipnotizador por telepatía, pues todo el mundo en la sala estaba alrededor de su ataúd y un grupo grande de personas hacían largas filas en la puerta para verla. La Sirena era la reina de la exposición, con una presencia tan fuerte que había hecho temblar la tierra el día de anterior.
Dicen que ayer con el temblor, nació en un hospital público un niño ochomesino, aquí en el DF. Dicen que era casi un niño lobo, pues venía cubierto completamente de un pelambre rojizo y traía todos sus dientes. Dicen que apenas nacido y con una voz muy ronca, dijo:
—Aquí va a pasar una Chingadera con La Sirena —y al instante, el niño peludo se murió. Dicen que el cadáver de ese niño va a ser exhibido en la misma sala del museo que alberga a La Sirena.
Hoy en la mañana, en ese restaurante chino, llamado Aladino, andaba yo, como un tiburón con la aleta fuera del agua, poniéndole el ojo a una mexicanita idéntica a Thalia, que estaba sentada en la mesa de enfrente. Desayunaba un licuado de yogurt con nueces y ciruelas pasas.En eso un joven muy alto entró al restaurant, se me acercó y me dijo:
—Oiga forastero, yo soy amigo del mico, el mico es mi amigo. Hoy La Sirena abrió los ojos.
Y así como vino, ese joven, se fue…
A mí se me puso de inmediato la piel de gallina, se me salió el yogurt de la boca y hasta tirité. Al instante pensé en Peter Gabriel cantando «Shock the Monkey» por aquello del neonato cubierto de pelos rojizos.
¿Y si no era un niño lobo? ¿Y si era un niño mico, un niño chango? ¿Y si era el hijo de la Sirena que había venido a buscar a su mamá?
Tengo que regresar hoy mismo al Museo de la Ciudad… Tengo que hacer lo imposible para que me vendan esa Sirena y así poder llevármela a mi casa.
Me he de cooooo-mer esa tuna,
Me he de cooooo-mer esa tuna,
Me he de coooooooooooo-mer esa tuna
Aunque me espine la mano.