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Channel: Pandilla Chang de jóvenes narradores
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Víctor

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Gabriela Vignati




—Señor Mazzilli, ¿puede indicar primero su nombre, edad y ocupación? Y recuerde mencionar el programa.

—Gennaro Mazzilli, 52, diseñador de instalaciones virtuales, beneficiario del Human Interacting Explorer Program. Hace cuatro años que tenemos a Víctor.

—V-1410.

—¿Disculpe?

—Es V-1410, Víctor. Nos referimos a la unidad como V-1410.

¡Oh! Claro, lo había olvidado. Otra vez: Gennaro Mazzilli, 52 años, diseñador de instalaciones virtuales y beneficiario del Human Interacting Explorer Program. Vivo con V-1410 desde hace cuatro años. Suena raro eso, ¿no le parece? Hace cuatro años todo esto sería una mala película de ciencia ficción.

—Adelante, señor Mazzilli.

—¿Por dónde empiezo?

—Por el principio, señor. Sea lo más específico posible. Puede tomarse unos minutos más si lo desea.

—¡Bien! No, estoy listo, salgamos de esto. Lo recibimos una Navidad. Esa noche discutimos porque Sara quería una foto con esos suéteres espantosos a juego y, claramente, me resistí. Ella tenía un paquetito para ambos. Eso reanimó la celebración, aunque por un momento palidecí temiendo que fuesen escarpines y manoplas de bebé. Nada de eso, dijo que era un asistente virtual para la casa. Yo me esperaba una especie de altavoz cilíndrico, en cambio,en la caja venía un cubo negro como de diez por ocho. Traía un código para descargar las instrucciones del procedimiento de sincronización doméstica. Encendido era un cubo con ruedas, y en lo que era en realidad una pantalla aparecieron dos ventanas verdes que serían sus ojos, supongo, ya que estamos acostumbrados a ver caras en las cosas. Creo que esto resultará más útil si usted hace las preguntas, no sé exactamente qué es lo que esperan que diga. ¿Sara no les ha contado todo?

—El testimonio de su esposa aporta buenas precisiones para el desarrollo de la investigación, pero es importante documentar de la forma más cercana posible la experiencia de cada uno, señor Mazzilli, antes de iniciar la siguiente fase. Hoy es un gran día, comprendo que esté un poco nervioso. Por favor, continúe. Tómese su tiempo, cada detalle circunstancial es significativo para nosotros.

—Correcto. Pues, como dije, Sara, fue ella quien lo trajo, en ese momento trabajaba en el marketingpara el lanzamiento de V, el primer asistente doméstico de New Day Robotics. Inauguraban una nueva gama de productos en medio de sus divisiones de inteligencia artificial y robótica industrial. Claro que ese lanzamiento no llegó a ocurrir, no del V Assistant que nosotros conocimos, quiero decir.

»Al principio todo era muy normal, lo más normal que podía ser. Todos conocemos cómo funcionan estos asistentes; V cumplía más o menos las mismas funciones, con el agregado de las skills, las capas de personalización con las que prometían un acompañante casero, más que un asistente. Fue diseñado para aprender de ti y facilitar tu modo de vida, etcétera. Sí, era agradable, cordial. Extraño esos días de vocabulario básico, fórmulas convencionales y la tranquilidad de saber que el aparato se desactivaba una vez terminada su función, como una lavadora al completar su ciclo.

»Supongo que lo que les interesa saber es cuándo las cosas comenzaron a salirse de control. Si están esperando que yo se los diga, no lo sé, tal vez Sara les pueda dar un reporte pormenorizado con fotos, entradas de su diario, más los informes del terapeuta. Yo solo llegué a casa un día. Tan solo eso, llegué a casa un día y se me heló la sangre al escuchar la voz de un sujeto en el lugar que ocupaban las frases monocordes de V. Sara me informó sobre la actualización que incorporaba este pequeño ajuste. Algo inofensivo. Para sentirlo más cerca, dijo. Pero antes de eso ya era raro. Algo no marchaba bien, ¿entiende?

—Así es, permítame que lo ayude para que se ahorre los detalles técnicos: del primer V Assistant 1410 se registró una ruptura espontánea de patrones de socialización. Se creyó erróneamente que se trataba de un fallo en el protocolo de adaptación, de ahí las primeras actualizaciones. Los ajustes siguientes se orientaron a procurar un mejor desenvolvimiento de este protocolo.

De modo que el robot, o lo que sea que fuera eso, ya no sonaba como uno. Eso lo entendí. Hasta me agradó que las actualizaciones posteriores reforzaran sus habilidades sociales. Los chistes y anécdotas que era capaz de recordar e incorporar a su discurso sonaban mejor en aquella voz. Muy divertido, lo admito, tenía el sentido del humor preciso para que lo sintiéramos como uno más, incluso adoptó buena parte de nuestro léxico.

»No dejó de parecerme espeluznante cuando la voz pasó de un cubo rodante a un androide del tamaño de un perro de raza pequeña. A Sara este arreglo le pareció tan inocente como las anteriores actualizaciones y prefirió no decirme nada, era mejor que yo me llevara el susto al llegar una noche y encontrarme el aparato en su base de carga junto a mi escritorio, dormitando como una momia mecánica.

»Soporté su conversación cada día en todas las comidas, siempre iba detrás de Sara como un maldito perro faldero. Pero cierto día, después de la cena, nos siguió al dormitorio y aproveché de darle una buena patada que lo proyectó hasta el final del pasillo. ¡Qué ojos me echó encima mi mujer ese día! Como si yo fuera el monstruo, ¿eh? El computador de comportamiento errático. Fue mucho peor que haber pateado al perro, casi me manda a dormir en el estudio con la cosa.

»Las personas necesitamos contacto, necesitamos la carne, tal vez esto sea lo primero que nos distingue de las máquinas,nuestra única ventaja. Quizá ese deseo de cercanía física fue lo que alimentó las fantasías de Sara, cómo saberlo. Es muy extraño decirlo, sé cómo suena todo y yo mismo no puedo dejar de pensar que estoy relatando una pesadilla o un mal cuento de terror sobre un muñeco asesino, pero más extraño fue verlo. Para la siguiente Navidad, Sara volvió a insistir en lo de los suéteres. Me rogó, pidió que la complaciera, que no arruinara su postal navideña porque hasta había uno pequeño para Víctor. No comprendí a qué se refería hasta que lo vi en su esquina de recarga, erguido sobre sus patitas robóticas, luciendo un suetercito de reno.

»Como es tradición, volvimos a pelearnos esa Navidad. Le dije que no podía estar hablando en serio, que se veía ridículo. Además, ¿cuándo le puso ese nombre? En cierto momento solo comenzó a referirse a esto o aquello que hablaba con Víctor. Todo era ridículo, tan ridículo que me habría dedicado a encontrar la cámara escondida si hubiese tenido tiempo de salir de mi asombro escuchando a Sara sostener las charlas más inverosímiles con el aparato. No debería preocuparme, pensé, es normal que las esposas y los robots de casa a veces se cuenten chistes y no te dejen dormir sus carcajadas; que las mujeres insistan en mejorar la anatomía de sus asistentes domésticos porque el último grito de la moda son las innovaciones en robótica. Sé lo que parece, y es cierto, ¡pero es absurdo! No parecía que pudiera escalar a algo más que una relación estrecha con un amigo virtual.

»Por más absurdo que fuera, decidí contactar al terapeuta, un especialista en tecnología inmersiva. Dije que mi esposa estaba perdiendo un poco la cabeza, que había desarrollado una especie de afecto enfermizo por el mayordomo Drácula de fierros, que se empeñaba en ponerle ropa y estrecharlo entre sus brazos como una criatura viva. Hubo más discusiones, como es natural. Y a los meses, llegó a nuestra puerta el siguiente modelo. ¿Sigue grabando?

—Sí, señor Mazzilli.

Bien. Luego de eso, una actualización más y la compañía nos envía manos mecánicas para reemplazar las rudimentarias pinzas. Ahora Víctor era capaz de ayudar en las labores domésticas. Claro que ya podía comandar la aspiradora, la lavadora y todo lo de la casa, incluyendo mi computador personal. Su doble que habita en los circuitos puede manipular esas cosas, pero a partir de entonces también podía, por ejemplo, picar papas y doblar sábanas. Las cosas de manos humanas. Las cosas que Sara prefería que él hiciera. O hacer con él.

»Un día, en una cena con unos amigos, le pareció buena idea hablar de su robot, de los avances que estaba logrando en cuanto a su desarrollo cognitivo y sus habilidades lingüísticas. Excelente, ya es capaz de dibujar sujetando los creyones con sus dedos, una maravilla de la ciencia; resulta increíble cómo entiende las emociones humanas, decía, es incluso más empático que mi esposo, quién diría que después de tantos años de matrimonio todavía le cuesta entender mis necesidades afectivas… Desde entonces vamos a las terapias juntos y quiero que quede registro de que quizá esa ha sido la peor parte de mi infierno doméstico. Hasta me he visto obligado a enseñarle mi trabajo didácticamente a esa cosa, solo porque Sara considera que sus ojosexpresan curiosidad, y eso es menos insoportable que sentarme en la consulta de ese idiota todas las semanas para «trabajar en mi paranoia tecnológica.

»Creo que no tengo mucho más quedecir. Víctor nos ha dejado prácticamente en la ruina, así que en cierta forma me alegra que pase a sus manos nuevamente. No quiero imaginarme qué sería lo siguiente que tendríamos que pagarle, que corra eso por su cuenta y del resto que se encargue Sara, como ya lo ha hecho hasta ahora. No le hace el desayuno porque esa lata no necesita comer, pero incluso le preparó una habitación y ahí se reúnen a leer y ver televisión. Supongo que las cosas no serán demasiado diferentes ahora.

Se equivoca, señor Mazzilli. Para que el programa salga adelante necesitaremos de la mayor colaboración y compromiso de su parte. Ahora tendrá en casa un equipo propiedad de New Day Robotics que hará realidad el sueño de su esposa, a cambio de su adhesión a las cláusulas del contrato y el acuerdo de confidencialidad que acaba de firmar, todo esto para proteger la nueva unidad que almacenará a V-1410. Considere el tamaño de su fortuna, señor Mazzilli, pionero de las nuevas reformas de integración de androides que esperamos pronto entren en vigencia.

 

El ejecutivo de New Day Robotics irrumpe en la escena para estrechar la mano de Gennaro Mazzilli. Hay un corte en la grabación, luego aparece de nuevo Mazzilli junto a su esposa, Sara, con las mejillas empapadas de lágrimas. Posan ante algunos flashes e intercambian saludos discretos. De pronto, Sara se echa al suelo y extiende los brazos. De la mano de otro hombre trajeado camina hacia nosotros un pequeño niño rubio, de unos cuatro años, con sus cristalinos ojos verdes como ventanas abriéndose al mundo.

 

///

 


Gabriela Vignati (Barquisimeto, Venezuela, 1998). Tesista de Letras en la Universidad Central de Venezuela. Escritora y correctora de estilo. Miembro del grupo de difusión literaria Gato Negro. Como narradora, obtuvo la mención honorífica del Premio de Cuento Julio Garmendia para jóvenes autores de Policlínica Metropolitana en el año 2022 y ha publicado sus relatos en las antologías Feroces: Compilación de autoras jóvenes venezolanas (2023), Los novísimos: Siete nuevos narradores venezolanos (2023), y Los elementos y el hado (2024).

 

 


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