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Editorial sin sesos





          Los hermanos Chang compraron la Corporación Umbrella. No era la que hace zombis, sino la que hace paraguas. Quedaron desilusionados. Así que decidieron inundar aquella fábrica con toneladas y toneladas de aguas del Guaire. El gauchimán que estuvo esa madrugada había estado comiendo mondongo y escuchando gaitas. Luego de comer, se puso a echarse un pajazo viendo fotos de Rosita en un periódico. Justo cuando estaba en eso, le cayó la enorme y putrefacta ola del Guaire. Los hermanos Chang no lo habían planificado así, pero el guachimán terminó convertido en zombi. Vaya efectos los de hacerse la paja con una foto de Rosita mientras se traga agua del Guaire y ésta se mezcla con mondongo en el estómago. Aunque seguro que la gaita tiene algo que ver. La gaita nunca puede traer una vaina buena, menos la de Guaco.
          Total que los hermanos Chang tuvieron su zombi. ¿Quién no quiere un zombi? Un zombi es un esclavo. Unas señoras swingers de Los Palos Grandes hasta dijeron que eran excelentes esclavos sexuales. Sólo hay que ponerles un bozal. Ni siquiera hay que bañarlos, ya saben, por aquello del dirty sex. El asunto es que si te metes a zombi te crece el palo el doble, y además lo cargas todo el tiempo parado. Los zombis, al parecer, son hijos directos del dios Priapo. Las señoras swingers, que son muy estudiosas, se enteraron de esto, y le alquilaron a los Chang sus zombis priaposos. ¡Cómo se mueven esos desgraciados!, dijeron las señoras.
          La cosa fue así: aquel guachimán convertido en zombi, pronto salió de las profundidades de las aguas fétidas que inundaban las Corporación Umbrella y se echó caminar en la madrugada hasta un bar de ficheras que quedaba cerca (una fábrica siempre queda cerca de un bar de ficheras). El zombi entró, se fue hasta la barra, agarró al barman por la nuca y le comió los sesos. Luego dio media vuelta, se hizo de la primera fichera que encontró y le comió una teta. Un policía le cayó a tiros al zombi. Pero ya sabemos, los policías sólo sirven para joder a los ciudadanos decentes, y además lo ignoran todo sobre los zombis. Ni un tiro le dio en la cabeza. Así, mientras le disparaba al pecho, el zombi guachimán se le acercó, le arrancó el brazo con que disparaba y luego le cayó a mordiscos en la cara. Se acabó el policía. O bueno, no se acabó, porque a poco el policía se convirtió en zombi, como también el barman y la fichera destetada (sin teta, pues). Estos comenzaron a comerse a otros clientes y a otras putitas, y cuando fueron a ver, ya no tenían a nadie a quien comerse, porque todos eran zombis, y como sabemos, los zombis no se comen entre sí. Así que ya agrupados, como buenos zombis, todos salieron a la calle a buscar nuevas víctimas. Por causa de la inseguridad reinante en este el país más feliz del mundo, a esa hora de la madrugada no había nadie por aquellos lados. Así que a los zombis les dio por irse cerro arriba (las fábricas siempre quedan cerca de los cerros), y entre las interminables escalinatas de aquel barrio popular, fueron encontrando malandros y drogadictos, que de inmediato pasaron a la filas del cambote zombi.
          No tardaron los Chang en enterarse del desastre que se producía en el cerro cercano a su fábrica de paraguas. Pronto enviaron a sus hombres. Al tanto ya de que se trataba de zombis, los esbirros de los Chang acudieron al sitio cargados con redes de hilos Gleipnir que, como ya muchos saben, son hilos de fabricación escandinava (trasnacional Fenrir, a su orden) y los más resistentes del mercado. Los zombis fueron capturados y llevados a los depósitos de los Chang. Allí, bajo la custodia de un ex general chino retirado y de un ex tuparamo ex chirrero, los zombis fueron reducidos al confinamiento de poderosas jaulas de acero.
Los Chang, de inmediato, procedieron a multiplicar su bien recién adquirido. Para ello fueron secuestrando chinos ilegales que trabajan de mesoneros, indigentes varios, malandros cobra peaje, muchachas de limpieza (o cachifas), sucios malabaristas de semáforo, empleados de notarías y registros, cubanos encaletados, cajeros de McDonalds y de bancos, damnificados a perpetuidad en los refugios de La Rinconada, obreros de Misión Vivienda, fiscales públicos con carros tuneados, motorizados, santeros, buhoneros, doñitas abusadoras de la tercera edad, intensos que no se bañan, estudiantes de Letras que sólo leen a Bolaño, poetas babosos que pasan pena en los bautizos de libros diciéndole cochinadas a las milf, policías matraqueros, conductores de autobuses, taxistas, gorditos rumberos, peluqueras, locas de esquina, travestis, mariachis peruanos, locutores engolados, locutores «burda de fritos», ladrones de libros de ferias, carajos con franelas del Ché, graffiteros, cuenta cuentos comunistas, maratonistas de fin de semana, piedreras expertas en felatios, señoras desocupadas que escriben cuentos infantiles, señoras desocupadas que les escriben mensajes de texto a sus boytoys para que salgan corriendo a darles su merecido, ricachones con mierda en la cabeza (esos ya son zombis, mejor no), locutores de radio que se creen intelectuales, organizadores de conciertos, emos, góticos, roqueros de Caricuao, diseñadores gráficos de Prados del Este, alienados por el futbol y por el beisbol, vendedores de libros que creen que existe un señor que se llama Manuel de Estilo de El Nacional, y ladrones de libros de feria (otra vez). Todos ellos fueron convertidos en zombis y llevados al depósito Chang. De allí a cada casa, a cada hogar, a cada McDonald (de vuelta), a cada Misión del gobierno (de vuelta), a cada banco (de vuelta), a cada plantación adentro camará, a cada lugar donde se necesite un esclavo de cualquier cosa. Eso sí, téngalo en cuenta: los Chang se aseguran antes que su amos o quienes alquilan (hay las dos opciones) sean realmente personas inclementes que usen cualquier ideología política, corporativa, empresarial, económica, cultural o del espectáculo para manipular a sus muñequitos caníbales. En caso tal que el zombi le parezca muy peligroso, los Chang también tienen focas que saben aplaudir, tomar fotos y carcajear lindo.
Saludos, y bienvenidos a este depósito de atrocidades, bajezas humanas y risible terror que son los zombis. Los hermanos Chang, como siempre, sonríen al vernos, y nosotros, seguimos recogiendo cambures, o bananos, o como usted lo llame, y metiéndonoslo en la oscura cestita que llevamos atrás.

Urriola y Santaella, guachimanes del depósito y barredores de sesos

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