Por Luis Manuel Pimentel
Say there Mr. Krinkle let's cruise the Bastard boat
Primus
1
Se cayeron las plumas de los pájaros ante la nueva forma de mostrarnos cómo se debía vivir, con este escalofrío que viajó queriendo marcar el ritmo de un mundo que parece no tener retorno. A la señora que nunca fue querida en el barrio, tuvieron que ponerle oxigeno porque entre la sangre y el polvo ya no pudo más, aquella asfixia se veía como un signo de lo que nunca imaginamos. Debimos precisar la ambición del gobierno y su descuido, porque la gente cada vez vale menos. De pronto, para distraer la atención aparece un personaje de circo a quien ese día pagamos para verla como la gran atracción de la mutante de tres piernas, el pelo que le llegaba al piso, las uñas de cinco metros, los ojos de vidrio, tres grandes senos de plata. Cuando se agachaba parecía una araña que supo entretenernos y de pronto:
¡Buuuuummmm!
y su pelo dejaba en el espacio una mirada confusa mientras daba vueltas en el aire por el impulso de la explosión. También voló el monje hereje que hacía otro espectáculo más silencioso. Desde que salió del convento se convenció que siempre iba a vivir de día así fuera de noche. Y las señoritas que trabajaban en las vitrinas vendiendo camas con sus manos grandotas y pies descomunales, pudieron sobrevivir, porque se taparon los ojos con las manos y detuvieron los vidrios que parecían misiles. Aquel hongo fue el continuar de un tiempo que se vinculaba a la mala suerte del 2020. Mientras tanto, en otro lugar, una familia bailaba la danza azul sin saber que, del otro lado del horizonte, los cuerpos desmembrados y las moscas daban el último concierto de una banda que tuvo por nombre el puerto de Beirut.
2
El monje hereje con descuidada apariencia, y la mujer mutante, a quienes señalaba como si fuera dos espectáculos de otro mundo, además del drag queen que parecía sacado de un cuento sexual que no acababa, se fundían con las amigas travestis de la peluquería de la esquina, quienes desde allí piloteaban su negocio. Al salir los clientes eran infelices, por esa suerte tan rara de tener que llevar un corte de cabello que deslucía. En ese lugar las trabajadoras tenían un revolver, para amedrentar a los que no querían hacerse los cortes como ellas querían. Muchos sobrevivientes de los nefastos peinados, se preparaban para atacar a las que serían sus enemigas. Nosotros llegamos a buscar al monje y a la mujer araña, con algunos trabajadores del circo como si fuéramos parte de la comparsa:
Al terminar la caminata, nos quedamos rondando por la ciudad que se ponía ruda, se volvía violencia, secuestro, el dolor de una ausencia. Gritaba una señora en la esquina porque tenía hambre, se quitaba la ropa, el calor arreciaba y se volvía la calle una lasaña podrido, algo que no pudimos precisar cuando de pronto llegó la segunda explosión. Entonces, pasó un mendigo que nos restregó en la cara la poca fe que teníamos, mientras los otros amigos iban muriendo como peces fuera del agua.
