XII
(La Mer, Jules Michelet)
No se sabe lo suficiente de este
mártir de los mares.
Es, entre todos los faros
el primogénito de Europa –
en Cordouan,
trepado sobre un escollo
que el mar nunca abandona, casi como
el dedo de una mano descreída.
En verdad
fue grande la audacia de construir
en el oleaje mismo –
en lugar donde el mar y el río
se debaten como un cuerpo a oscuras
que no logra despertar.
Recibe a cada momento tajos
de agua dura
golpes que retumban sobre él como un cañón.
Es un asalto interminable.
Sin embargo, es la única luz entre las olas.
Quien no alcanza a ver a Cordouan
empujado por el viento del norte
tiene mucho que temer
durante la noche, ningún punto de referencia –
ninguna señal que guíe.
Trepado sobre un escollo, sobre
el sueño injusto de las rocas
dormidas a la fuerza por el mar.
XIV
(Instructions for the Lightkeepers of the Northern Lighthouses, Alan Stevenson)
Lo primero:
las lámparas deben mantenerse
ardiendo brillantes y diáfanas
a toda costa.
Cada noche
desde el ocaso
hasta el amanecer
deben tener la dureza del asombro.
En medio de la madrugada
esa llama es la única garantía
de que la tierra aún existe
de que no se ha hundido
en las aguas impracticables
del pasado.
El faro es lo único que queda
del estupor del sol.
Las mechas deberán ser cortadas
cada cuatro horas
y el custodio que tenga
la primera guardia
deberá velar por el aceite
asegurarse de que fluya
hasta el quemador
voluntariamente
listo para consumirse.
Lo primero:
las lámparas deben mantenerse
ardiendo perplejas y desveladas
a toda costa.
El faro
es un testigo.
C
Entre los objetos encontrados en el llamado tesoro de Broighter, hallado en Irlanda a finales del siglo XIX, se encuentra un pequeño barco de oro,
de unos diecinueve centímetros de largo, equipado con dos hileras de nueve remos flacos,
con bancos para los remeros, un timón y un mástil fino como un hilo o una arteria.
En su interior también había un ancla y una lanza minúscula. La forma del casco es almendrada, como un ojo hecho para estar cerrado.
Es un modelo a escala de barcos usados durante la edad de hierro: osamentas curvas de madera cubiertas por cuero impermeable. Pesa casi cien gramos.
Algunos especulan que se trataba de una ofrenda votiva, vinculada a Manannán mac Lir, viejo dios de los celtas irlandeses que velaba por los mares.
Manannán atravesaba las olas en un barco que era una navaja, dicen. O en una yegua hecha de espuma. También poseía un manto
que era pura niebla, como los días de invierno en el norte, y un yelmo que se encendía en llamas: faro, pupila distante.
Era también el encargado de llevar a los muertos al inframundo, donde todo agua tiene su raíz amarga. Quizás por ello el barco de oro breve dedicado a él
terminó bajo la tierra, como sembrado.
(Estos poemas pertenecen al libro inédito Nuevas cartas náuticas)