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Channel: Pandilla Chang de jóvenes narradores
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A Cena, con mis viejos amigos los “Monstruos” y del por qué no invitamos a los Zombis

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Carlos Zerpa





Para mi querido hijo Sebastián


Quise invitarlos a casa esa noche del “Día de Muertos”, a cenar con mis viejos amigos los Monstruos.  La cena no era otra cosa que una buena excusa para tenerlos a todos reunidos después de tanto tiempo. Le pedí a los vecinos, a la Familia Addams, que le permitieran a su mayordomo “Largo” que trabajara con nosotros solo por esta noche, para que nos diera una buena mano. “Largo”, además de cumplir con sus tareas, es un excelente “organista”. Toca el órgano mejor que el sacerdote de la iglesia. Sus dedos se deslizan con fuerza sobre el teclado. Justo eso era lo que queríamos, que tocara el órgano. Le habíamos pedido que interpretara unas sonatas de Félix Mendelssohn, pero se negó rotundamente pues alegaba que solo tocaba su propia música y así lo hizo… Él además recibiría en la puerta a los comensales… Demás está decirles que tanto Homero como Morticia se encontraron muy complacidos de nuestra petición.
Llega la noche, “Lurch” (Largo) abre la puerta a cada uno de los invitados que van llegando y luego toca el órgano creando un ambiente un tanto tenebroso. El Conde Drácula fue el primero en llegar, de hecho es mi monstruo favorito… Impecablemente vestido como todo un conde, elegante, sobrio, se bajó de su carruaje y trajo una botella de vino tinto de Transilvania y un ramo de rosas rojas, el cual le dio a mi mujer. Con antelación habíamos quitado el gran espejo del comedor y en su lugar habíamos colocado una pintura enorme de Pollock.
El segundo en llegar fue el bueno de Frankenstein, con su típico traje gris y una margarita en la mano recogida en nuestro jardín como obsequio. Su sonrisa y alegría eran de verdad contagiosas. Se agachó para poder pasar por la puerta, entró y de una se sentó a la mesa.
El Hombre Lobo, recién bañado con champú y suavizante, olía a perro limpio. Este es el monstruo preferido de mi hijo Sebastián. Licántropo agradable y de mirada astuta, llegó aullando Auuuuuuuuuuuuu… sin poder contenerse, pues esa noche, la de la cena, era de luna llena… Auuuuuuuuuuuuu…. Nos trajo una liebre recién cazada y recién muerta. Como dato curioso quiero decirles que de su cuello colgaba una cadena con una bala de plata y que todos nos sonreíamos por ése, su humor tan pero tan ácido.
La momia venía detrás, cubierta con vendas nuevas y endosando todos los atavíos en oro propios de su rango, para que nadie pusiese en dudas que era un Faraón, un personaje semi-divino del antiguo Egipto.
No quisimos invitar al Dr Jekyll, porque en verdad al invitarlo a él, estaríamos a su vez invitando a Mr. Hyde, y de seguro la cena terminaría convertida en una verdadera batalla campal y destrozaría nuestra casa. Coño, es que en verdad se porta muy mal.
Nosferatu no quiso aceptar la invitación al saber que también habíamos invitado al conde Drácula, porque, de hecho, dos vampiros de la misma jerarquía no pueden jamás estar bajo el mismo techo ni en el mismo momento. Nosotros nos contentamos que no viniera, pues sabíamos de antemano que siempre es seguido por un inmenso ejército de ratas.
Al Doctor Caligari no lo quisimos tampoco invitar para evitar que nos hipnotizara a todos, induciéndonos luego a actos impropios, por lo que preferimos dejarlo tranquilo en su Gabinete.
Al Monstruo de la Laguna Verde tampoco, pues la cena era de sentados en la mesa y él es un acuático. Aunque ya estábamos pensando en cocinarle un buen mero con algas al estilo japonés.
Ni tampoco le dijimos nada sobre este encuentro al Jinete sin Cabeza, no fuese que a medianoche comenzara, después de unos tragos de más, con la vaina de estar decapitándonos a todos… Además, ¿cómo cenaba si no tenía cabeza? Ese siempre ha sido uno de sus misterios.
El Hombre Invisible llegó pero no se quedó a cenar. Se sentía incomodo por el hecho de que pasaba desapercibido. Igualmente nos ponía incómodos a nosotros, pues no podíamos mirarlo a los ojos, ni sabíamos en qué lugar de la casa se encontraba; era como hablar con el aire y esperar que una voz respondiera en medio de la sala. Oye, esto daba susto… Llegó saludó, se tomó un “Dry Martini”, habló un par de cosas con la momia, creo que de vendajes, se despidió y vimos como la puerta se cerraba a sus espaldas… o eso creímos. Bueno es un tanto paranoico y quizás se quedó en silencio a ver si hablábamos mal de él.
El Fantasma de la Ópera llegó justo cuando ya nos íbamos a sentar a cenar. Trajo un par de discos de opera en vinilo para que los escucháramos, “El convidado de piedra” de Mozart y “Fidelio”, opera in two acts by Ludwig van Beethoven… Entonces tuve que desempolvar el viejo “tocadiscos” para poderlos escucharlos ¿Cómo explicarle al Fantasma la existencia de los actuales CDs? ¿Cómo hacerle entender lo que era un Ipod? El Fantasma llegó con su imagen gótica que combinaba perfectamente con un toque de romance, de terror, de misterio y de tragedia, se fascinó con el viejo órgano y estuvo a punto de quitarse su media mascara.
A los zombis no los invitamos, pues siempre huelen horrible, apestan a cadáver, a carne putrefacta… Y como se trataba de una cena, este olor se iba a impregnar en el ambiente y crear un espacio pútrido y nauseabundo…
Quiero confesarles que a nosotros no nos gustan para nada los zombis, con el mayor de los respetos a George Romero y su magistral film La noche de los muertos viviente,  y a John Landis  con ese estupendo video musical de llamado Thriller, que hizo para Michael Jackson.
Todos a la mesa, el vino está servido, las calabazas con sus macabras sonrisas, cual lámparas adornan el lugar con sus velas encendidas. Cada comensal tiene un plato diferente, para ser consentido y para que se sienta a gusto en nuestra casa con lo que come.
Quiero acotar que mi mujer es bruja, de esas que se visten de negro, con sombrero negro en forma de cono, con un gato también negro. Es de las brujas que vuelan en escoba. Tiene un caldero grande y hace hechizos, pero que a la vez es una excelente cocinera, ama de los fogones, y sabe, como buena chef, qué platillos ofrecer para deleite de los invitados. Ella es igualita a la bruja Ágata, esa mujer malvada de los cuentos de Lulú…
Cacle, Cacle.
Un par de esqueletos de blanca osamenta, de esos que brillan en la oscuridad, cual mesoneros traen desde la cocina los platos que van a ser servidos y degustados. Este fue el Menú de esa noche memorable.
Para Frankenstein, un pedazo enorme de pastel de chocolate, con helado de chocolate, bañado en sirope de chocolate y un vaso gigante de Toddy.
Para el Hombre Lobo, un enorme t-bone steak crudo, sanguinolento, tan grande que se salía del plato y una jarra de cerveza negra Guinness.
Para la Momia, escarabajos cocinados al vapor, escarabajos Goliat de la familia scarabeidae y un vaso lleno de ese licor ardiente de anís llamado Arack.
Para el Conde Drácula, un plato hondo lleno de sangre humana cual sopa, para ser más exactos, sangre de una mujer virgen, y una copa generosa de vino tinto de rioja, Marques de Cáceres.
Para el Fantasma de la Ópera, Cordero al horno con patatas al romero, preparado con cebolla, tomate, limón, pimentón dulce, romero, pimienta negra molida, sal, aceite de oliva y vino blanco frio.
De haberse quedado el Hombre Invisible, mi esposa le habría preparado un buen plato de calabacines gratinados con queso parmesano… Parmigiano Reggiano, el rey de los quesos, yuna copa de Apfelwein, ese vino de manzanas que tanto le gusta.
En el congelador teníamos veinte kilos de sesos frescos y sesenta kilos de pasta de grano, para hacer con ellos un fideuáy ofrecérselo a los come cerebros de los zombis con cerveza caliente, en caso, claro, de que hubiesen venido traídos de la mano por George Romero o de John Landis. Habíamos preparado una larga mesa en el pasillo trasero con la excusa de que eran muchos y de esta manera no vomitarnos con su nauseabundo olor. Gracias a Dios que esto no sucedió.
Nos dijeron que se iba a aparecer auto invitado el Minotauro. Pero este monstruo no es nuestro amigo y no tenemos que aceptarlo en nuestra mesa. Que se joda Picasso con sus amistades pues, y que las invite él a cena, no nosotros, que ni siquiera conocemos a Dédalos y mucho menos a Teseo.
Todos en el momento indicado y después de la oración de gracias, alzamos nuestras copas y vasos brindando por la amistad más allá de la muerte: “Feliiiiz Día de Muertoooooooosssss”.


PD:Dice Largo, que justo en el momento del brindis, se asomó por la ventana un esqueleto de una señora con capucha y una guadaña y se sonrió.

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